El pasado 1 de septiembre se celebró la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación. En esta ocasión, el Papa Francisco quiso incidir en la cuestión del agua, un «elemento tan sencillo y precioso, cuyo acceso para muchos es lamentablemente difícil si no imposible». Y, sin embargo, «el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la supervivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos» (Enc. Laudato Si', 30).
Una situación que el cambio climático amenaza con empeorar año tras año y que es más terrible para las generaciones venideras. Los niños de hoy en día y aquellos que están por nacer afrontarán las terribles consecuencias del comportamiento homicida que la humanidad del siglo XX y parte del XXI ha mantenido con respecto al planeta y a sus recursos naturales.
Así, en fechas recientes, Unicef señaló que «a medida que hay más eventos climáticos extremos que aumentan las emergencias y crisis humanitarias, son los niños los que pagan el precio más alto». Pero el problema no sólo está en lo que sucederá en el futuro. El ahora también preocupa, pues los niños y niñas sufren más que los adultos con el calor, que cada vez aumenta más en la Tierra. Los bebés de menos de un año se ven particularmente afectados por ese problema y son más proclives a morir en caso de ser expuestos a altas temperaturas.
Son los niños también los que, en muchas partes del mundo, se encargan de abastecer de agua a sus familias, recorriendo grandes distancias en busca de pozos potables, que escasean o desaparecen, directamente, en épocas de sequías extremas. Como señala la encíclica Laudato Si, «este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable».