Lo decía no hace mucho en un artículo Lucetta Scarafina, afirmando entre el humor y la ironía que en muchas cosas estamos más cerca de Harry Potter que de Jesucristo. La idea me parece interesante además de verosímil si no cierta del todo. Hay síntomas en todos los niveles.
Veo en muchos aspectos del catolicismo actual más fantasía que cristianismo verdadero; no se lleva el rigor sino la leyenda. A nadie interesa la documentación objetiva aunque sea elemental, se fía más de cualquier supuesta visión o cuentecillo de niños o fenómeno esotérico. Es una religión de curiosidades, de detalles secundarios, de absolutización de lo relativo y aun de lo falso. Importa más el rumor de que una imagen llora que el evangelio de Lucas. Importa más, una vez más, la posverdad que la Verdad.
Es la superficialidad ya habitual en la vida diaria de nuestra sociedad y hasta de nuestra política, si no de nuestra Iglesia misma, que se desplaza también hasta la vida cristiana y la experiencia religiosa. Nada tiene calado, todo es al día, a la moda y a la carta. Y mañana será otro día. Somos turistas por la vida y lo acabamos siendo también por las calles de la fe. Cada sacramento parece de quita y pon, cada acción religiosa cosa de magia que atrae en el momento y se olvida en cuanto pasa, cada oración se reduce a mantra o letanía que tiene de por si su propio automatismo, sin más. Mientras tanto la vida real, ajena a todo eso, va por otros caminos. Y la fe y el evangelio también. Se vende más el misterio y el enigma que la espiritualidad sincera y la vida fiel.
Siguiendo ese mundo de magia y de intrascendente trascendencia de Harry Potter, el cristianismo de por ahí en no pocas de sus manifestaciones se centra mágicamente en una imagen, una reliquia, unas oraciones rituales, dando lugar a una cierta trascendencia difusa e impersonal. El ser humano necesita una respuesta a lo que le desborda, por eso busca trascendencia como sea. Y se la inventa a la carta si puede. Es socialmente lógico el éxito de las series falsamente históricas dando la impresión de que apenas cuentan la historia verdadera y la verdad de la historia. De nuevo se impone la posverdad, está en todos los sitios.
Miro ahora otros campos. La ascética católica con veinte siglos de experiencia y de eficacia cede ante la recién importada disciplina oriental, se llame Yoga, Kabbalah, Meditación Budista o Zen o Zazen o Dzogchen o el pleonasmo de Meditación Trascendental. No descalifico ni soy quien para semejante cosa a unas y otras, sólo hablo del fenómeno, relativamente chocante, de la sustitución. Hoy mismo cuando escribo leía en un diario que la meditación, ese ejercicio que el autor llama oriental, era una práctica desconocida en occidente. Lo firmaba un periodista o alguien así y parecía que se quedaba inocentemente tan tranquilo. Y lo leía yo que "sufrí" la iniciación a esa meditación a mi más tierna edad hace años y años, siguiendo una tradición depurada y admirable de siglos y siglos. No es que la ignorancia sea atrevida; no, no lo es, es lo siguiente o, incluso, lo siguiente de lo siguiente.
Corto aquí, aunque me gustaría tirar más de este hilo pero lo dejo aquí, que ya basta. Y voy a ver si hago un rato de meditación cristiana, que bien me viene y buena falta me hace. Y arrastro conmigo dos mil años de historia, de experiencias personales y colectivas y hasta de métodos diversos y contrastados.