OPINIóN
Actualizado 02/09/2018
Paco Blanco Prieto

Muchos acontecimientos difundidos sobre ciertos aspectos relacionados con experiencias humanas, no cuentan la realidad escondida en renglones ocultos de las páginas de la vida, que permanecen inexistentes para quienes no han tenido oportunidad de ver la cara oculta de los hechos que se esconden en el reverso del incompleto relato divulgado.

Tal es el caso de los viajes turísticos a otras tierras, mares y cielos alejados del lugar de origen, ofrecidos en seductores folletos publicitarios de agencias, donde se muestran personas felices sonriendo con mar de fondo acompañado de placenteras estampas exclusivas, paradisíacas playas, obras de arte, edificios singulares, exóticas comidas, lujosas estancias y guías-acompañantes eruditos y protectores.

Pero esa realidad esconde otra verdad protagonizada por gamberros impertinentes que molestan a los viajeros, exceso de comida abandonada en los platos camino del basurero, noctámbulos ebrios perturbando el descanso ajeno, pugna por conseguir el metro cuadrado de playa y codazos recibidos sin miramiento en la captura del rancho-buffet, para satisfacer incontrolable gula depredadora y despilfarradora.

Tales brochazos propinados por el ruidoso, minoritario e incontrolable grupo de vándalos apátridas infiltrados en rutas y hoteles, embadurnan el rostro justo, amable y necesario de la socialización lograda de bienes reservados tradicionalmente a una clase social privilegiada, no mereciendo estos descerebrados disfrutar de tal conquista, aunque tengan dinero para conseguir la entrada a un espacio inmerecido por ellos.

A la pesimista intrahistoria viajera protagonizada por tales berzas indocumentados, cabe añadir los escandalosos precios de la hostialería turística, las colas interminables de acceso a espacios singulares, los timadores de guante blanco que asedian sin reparo, las cansinas esperas para innumerables controles, el incumplimiento de programas o los abusivos cambios de moneda, por citar algunas caras ocultas que los optimistas desinformados censuran a quienes las denuncian, llamándoles pesimistas amargados, y permitiendo con su silencio la impunidad de tales hechos, sin que los depredadores del bienestar, los abusadores del ocio y los explotadores de la necesidad, reciban el castigo que merecen.

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