OPINIóN
Actualizado 30/08/2018
Antonio Costa Gómez

Era la muchacha que quería irse a América con su hermano a buscar aventuras porque leía muchas novelas de caballerías. Era la que después fundaba monasterios por todas partes y allanaba todo tipo de obstáculos. Era la mujer inspirada que llevaba lo divino dentro y nadie podía pararla. Era la que exploraba su castillo interior en busca de la estancia más secreta para volcarse totalmente. Era la que se hacía la tonta para esquivar las doctrinas de los doctos inquisidores despiadados.

Para Julia Kristeva era una masoquista obsesionada por la figura del Padre. Pierre Klossowski en El bafomet la imaginó como una llama flotante que quiere reencarnarse para vivir apasionadamente con san Juan de la Cruz en las noches oscuras. Bruno Fazzolari la muestra con la boca descontrolada abierta para que llegue totalmente la vida. François Gerard: la pinta como una mujer delgada y seductora, de mirada intensa, con un toque de sofisticación.

Giulia Lana, una pintora atrevida del siglo XVIII, se deja de dulcerías y gansadas, y la presenta vieja y expresionista, agarrada a su cruz en medio de una luz agresiva, como si estuviera sincerándose de verdad. Remedios Varo la pone flotando sobre el gran caldero, mientras el gallo se escapa, y los familiares alucinados traen la gran sardina, y todo se vuelve inspirado alrededor. Tiepolo la inventa como una muchacha asustada y etérea con los ojos cerrados para sentir mejor.

Yo la veo como una mujer dinámica, que escribe descontroladamente sobre lo descontrolado que vive, rompe con todos los academicismos en sus libros, nos regala imágenes fulgurantes, nos arrastra por las carreteras de la vida interior

ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR

Imagen: Remedios Varo, Santa Teresa en la cocina

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