OPINIóN
Actualizado 26/08/2018
Juan Carlos López / Alberto Arroyo

Ya está aquí el último fin de semana de agosto, el mes de trasiego vacacional por excelencia, que da sus últimos coletazos festivos en nuestra zona en Aldeadávila o Villavieja, cuyas ferias frecuentemente se han convertido en lugares de despedida de amigos emigrados que vuelven a reencontrarse un verano más por vacaciones.

Agosto toca a su fin y, con ello, vuelve a muchas de nuestras casas la melodía de las cremalleras que cierran las maletas de los exiliados por cuestiones laborales. Se acaba lo bueno, finaliza el retorno a las raíces, y vuelve la rutina diaria para los que, hijos o nietos de esta tierra, tienen ya un día a día construido lejos de ella.

Otro año más, un sol con apariencia de yema de huevo frito despide el último día del retorno a la tierra, en una especie de paralelismo, en que el astro rey señala que se va, pero volverá al día siguiente a iluminarnos, del mismo modo que nuestros paisanos emigrados se van como cada final de agosto, pero volverán el año que viene de nuevo por estos lares.

Atrás se quedan los buenos momentos del mes con más vida en nuestra tierra, las vivencias amasadas con amigos, los reencuentros a la vera de un café o una caña, las verbenas y los bailes charros de nuestras fiestas, los paseos al fresco, las noches con los ojos en el cielo avistando las lágrimas de San Lorenzo, los furtivos amores estivales de nuestros adolescentes,? Todo queda atrás, pero también en el recuerdo.

Y en las maletas de nuestros emigrados viajarán como souvenir culinario numerosos jamones, chorizos, lomos, salchichones, quesos,? que harán de embajadores del noroeste salmantino durante un tiempo, como ligazón a los sabores de la tierra de origen, y que al llegar a su fin plantearán un pleito de añoranzas al paisano emigrado, sobre qué echa más de menos: su tierra o sus excelentes productos derivados de la ganadería de la zona.

Ciertamente agosto es un mes que se despide con cierta tristeza en nuestra comarca, con saudade, conscientes de que septiembre comenzará con el vaciamiento de nuestros pueblos, que se verán reducidos a los valientes que los mantienen vivos durante el año, y sin los cuales, seguramente, los emigrados no tendrían ningún aliciente para retornar en sus vacaciones estivales.

Como último baluarte festivo de un verano que se fundirá con el otoño quedarán las fiestas de las Madrinas de diversos pueblos (entre ellos Guadramiro, dicho sea de paso), tras las que se abrirá ya paso el frío y duro invierno, tan lejano y tan cercano a la vez, después del cual se regenerará de nuevo el año y los pueblos volverán a llenarse de vida el próximo verano, abriéndose las maletas de nuevo para meter el equipaje del retorno a las raíces.

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