OPINIóN
Actualizado 25/08/2018
Jorge Moreno / El Norte de Castilla

Paradójicamente, en esta semana se ha hablado mucho de? ¡Franco! Y tras el decreto-ley aprobado ayer por el Consejo de Ministros, que habrá de pasar próximamente por el Congreso de los Diputados, se continuará hablando de Franco. Concretamente de su cadáver, que seguirá existiendo si su embalsamamiento fue técnicamente más certero que la obra del Valle de los Caídos, sometida a las consecuencias de una deficiente impermeabilización. Más allá de lo estructural, que afecta a todo el monumento, y de lo que éste significa, la mirada se ha puesto sobre una tumba junto al altar mayor del templo abacial dedicado a la Santa Cruz, que el Papa Juan XXIII distinguió como basílica. Bajo la lápida de tonelada y media, ese cadáver que ha protagonizado la semana "mediática y política" y que se quiere sacar de esa tierra "privilegiada" para ponerlo en otra más discreta o fuera del territorio de Patrimonio Nacional? aunque algo tendrán que decir sus familiares y los benedictinos que prometieron custodiarlo. Que el difunto dispusiera otro lugar para su sepultura debería pesar también, más incluso que la losa.

Con todo atrevimiento, y sin ninguna suerte de nihil obstat, me fijo en una mirada hacia la lápida desde posición privilegiada, desde la cúpula casi cuarenta metros por encima. Cien metros de roca más arriba, la base de la Cruz. Y ciento cincuenta si seguimos el ascenso, el cielo de Guadarrama en el valle de Cuelgamuros, transformado en gran cementerio de miles de caídos en la Guerra (in)Civil. Esa mirada de la cúpula es la misma mirada de la Cruz y del Cielo. Son los ojos de la persona de Jesús puestos sobre una lápida que pronto se va a mover, sobre un altar en el que se hace memoria de su sacrificio definitivo y sobre un templo consagrado a Él y dedicado al instrumento que aceptó para la Salvación de los hombres.

Es posible que el Valle de los Caídos, ideado por el dictador Franco, nunca pueda ser ese lugar que todos los españoles reconozcamos como memorial nacional en el que aprender de la historia para que un enfrentamiento entre hermanos nunca se repita. Hoy es un templo católico y lo preside el signo de la Cruz. Si ni siquiera muchos españoles se reconocen en nuestra bandera, qué decir de una simbología religiosa concreta. Ojalá fuera posible, pero procede el realismo. Por esto, si acaso es necesario ese memorial y hubiera un consenso respecto a ello, entiendo que el Valle de los Caídos no sería candidato. Si, por el contrario, lo que se pretende es resumir burdamente la Guerra (in)Civil como un enfrentamiento entre españoles buenos y demócratas (el bando derrotado) y españoles malos y fascistas (el bando vencedor), y plasmarlo en el monumento a modo de resarcimiento, no cabría conservar el culto católico allí.

Mientras tanto, me sigo fiando de la mirada hacia la lápida que se lanza desde la cúpula, ese mosaico de cinco millones de teselas compuesto por el catalán Santiago Padrós e inspirado en los rostros de hombres y mujeres que se encontraba en el metro de Madrid. Los adoptó para retratar a las decenas de santos españoles que acompañan al Cristo-Pantocrátor, Señor del Universo, que muestra el libro en el que afirma "Yo soy la Luz del mundo". Incluso ahí arriba está un San Raimundo de Fitero con cara de nuestro don Miguel de Unamuno. La mirada, verdadera Luz, no puede ser sino de compasión y de juicio misericordioso, pero a la vez de deseo de que en ese altar se siga orando por la efectiva reconciliación, por el respeto a la dignidad de todas las víctimas y por la concordia entre las autoridades temporales y la Iglesia. Incluso vería con buenos ojos que en esos dos huecos sepulcrales de "privilegio" yacieran dos hermanos caídos en la Guerra (in)Civil, uno en cada bando. Desconocidos, unos de tantos, como pasó Él. En el silencio de la basílica, la Luz penetraría a través de la roca hasta la cúpula para reflejarse en las dos frías lápidas, convertidas en grito caliente de paz, piedad, perdón y verdad.

En la imagen, cúpula de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos (Santiago Padrós, 1951-1955)

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