OPINIóN
Actualizado 22/08/2018
Redacción / Marta Martín Sánchez

(El sacrificio de Ifigenia, de L. Bramer)

Más de una vez recuerdo y echo en falta al profesor Lázaro Carreter. Y no sólo al observar los abusos y patadas al idioma, sino por porque no se ve en el ámbito público o cultural alguna preocupación como la que él mostraba al respecto. Hay libros de estilo y códigos éticos en algunas redacciones de prensa, escrita o radiofónica, pero no parece que se tengan en cuenta. Los correctores de plantilla desaparecieron hace tiempo, aunque ahora tengamos los informáticos, que sospecho tampoco se usan. A pesar de todo, no me atrevería a juzgar sobre si se habla o escribe en los medios peor o mejor que hace 20 años, cuando Lázaro escribía sus "dardos en la palabra". Y menos aún juzgaría el habla común de la gente, pues, como decía otro lingüista, Carlos Seco, "la lengua, que es de todos, no puede por menos que ser más tolerante que cada uno de nosotros".

Pero hay palabras y expresiones que son auténticas plagas invasoras que, una vez alojadas en el lenguaje público, se aferran al repertorio expresivo y se repiten en una y otra vez hasta la náusea. Cuántas veces no hemos oído ?alguno dirá "escuchado", ay? eso de que tal "tema" hay que ponerlo "encima de la mesa", que luego hay que sentarse alrededor de la mesa para "fijar hojas de ruta", evitando "líneas rojas" en la negociación y diseñando "escenarios de futuro". Por ejemplo.

Últimamente detectamos una de esas palabras virus, una "tumescencia verbal", que diría Lázaro Carreter: el protagonista, los protagonistas. Raro será el noticiario radiofónico donde no lo oigamos ?"escuchemos"? varias veces, venga o no a cuento. Son protagonistas las víctimas en un homenaje a ellas, ya que, como decía El País hace pocos días "la política cede el protagonismo a las víctimas en Barcelona". Pero el protagonista/los protagonistas pueden ser un equipo de futbol en un derby o la lluvia en un accidente o la música en un festival o, en fin, los espectadores en un programa de televisión.

En su origen, griego, el protagonista era el personaje principal de una obra de teatro. Alguien humano y único, y por eso existía el concepto de "segundo personaje" (deuteragonista). Así lo serían, por ejemplo, Orestes y Electra o Ifigenia y Menelao, respectivamente, en sendas tragedias de Eurípides. Luego estaban los demás personajes y el coro, un grupo que expresaba el sentir o el juicio de la comunidad.

Pues bien, parecería que ahora las cosas son al revés: el coro es el protagonista y los actores unos más en la escena. La sociedad mediática y las redes generan una vorágine expositiva, un furor exhibicionista en la que todos compiten por su minuto de gloria. Y se pone en primer plano lo morboso, lo irrelevante, lo chabacano. La TV pública ?vergüenza da decirlo? sacaba hace poco por enésima vez a cierto hijo de una vieja cantante "popular" para darnos la gran noticia: se había dejado el bigote. Lo siguiente era que su madre e iba de viaje y luego venían especulaciones sobre si Banderas iba a cambiar de pareja. ¿Hasta cuándo?...

Pero en el pecado va la penitencia. Con tal proliferación de protagonistas y de inanidad moral, con tanto selfie mediático, no hay notoriedad decente ni atractiva. La noción de protagonista aborrece el plural y se venga desapareciendo en él. Más allá discurren las cosas que importan o deberían importar.

Como diría mi abuela: "lo poco agrada, lo mucho cansa".

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