El viernes se cumplió un año de los atentados terroristas en Cataluña, y los políticos, incluso los que reniegan de ser españoles y no toleran que quieran serlo los demás, acudieron al escenario de la tragedia para homenajear a las víctimas, y con el corazón en la mano todos expresaron sus deseos de concordia, de paz y de poner punto final a las desigualdades sociales, y para convencer de que es por lo que trabajan, no faltaron los que adornaron su discurso con unas lágrimas de cocodrilo, pero antes de que se marchiten las flores volverán a sus despachos dispuestos a buscar fórmulas para enfrentar a unos ciudadanos con otros y dividirlos en buenos y en malos. ¡Cuánta hipocresía!
Desde el primero hasta el último, debieron quedarse en casa, avergonzados de que los ciudadanos tengamos que seguir siendo la moneda de cambio entre los terroristas y los gobernantes, pero en su absoluto desprecio por todos optaron por intentar sacar ventaja política de la tragedia, y lo que debió ser un homenaje de recuerdo a las víctimas, para sus familiares y para la mayoría de los españoles, no fue otra cosa que el homenaje de la vergüenza.