Nadie con sentido común está en contra de las obras, las obras son necesarias y, por lo tanto, inevitables, y una de las principales obligaciones de los ayuntamientos es la de mantener los municipios limpios, bellos y accesibles, pero no parece que estos sean los objetivos de la mayoría.
En nuestra ciudad, por quedarnos cerca, llevábamos tres años sin que nadie se preocupara de arreglar lo que por el uso normal se estropea, y ahora, cuando más turistas vienen a visitarnos, cuando las calles se llenan de terrazas y más se sale de casa, se ha convertido en un laberinto de obras que, tanto para los peatones como para los conductores, hace imposible los desplazamientos. Y si nos damos una vuelta por la provincia, tres cuartas de lo mismo. Hace unos días fui a la piscina de un municipio a pocos kilómetros y me encontré con que empezaron a arreglarla en mayo y sólo el alcalde "piensa" que se abrirá este verano. Y para qué seguir con ejemplos de desmanes que están a la vista de todos.
Esta mala planificación sólo tiene una explicación: que estamos a menos de un año de elecciones municipales y las obras les brindan dos posibilidades para ganarlas: conseguir dinero para la campaña electoral y hacer que los ciudadanos vean la de cosas importantes que hacen por ellos.
Tampoco hay que ser muy lince para llegar a esta conclusión. La mayoría de los delitos que han llevado a no pocos políticos a los tribunales de justicia tienen que ver con los tejemanejes que se traían y se llevaban con las obras y las consecuencias sólo les sorprendieron a ellos. Para los ciudadanos estaba claro que las obras tenían más de chollo para los partidos que de ventaja para los vecinos.
Hubo un tiempo, tampoco tan lejano como para haberlo olvidado, en el que las obras empezaban con la legislatura y no acababan ni con ella. Verlas empezar era fácil, pero terminar, imposible. Por aquellos tiempos de abundancia surgieron aeropuertos sin aviones, consultorios médicos sin personal sanitario y sin pacientes, y en el colmo de los despropósitos, calles que perdieron las aceras cuando acababan de rebajarles los bordillos. Afortunadamente, diría yo si no fuera porque los que pagaron y siguen pagando las consecuencias no son los responsables precisamente, llegó la crisis y pudimos salir a la calle sin tener que saltar zanjas, pelearnos con las vallas y saludar a un andamio sin despedir al otro, pero llegan las elecciones, recuerdan el chollo de las obras y vuelven a las andadas.
Pero por mi parte, lo siento, con mi voto que no cuenten, los alcaldes ni hacen las obras ni las pagan con su dinero, y más que presumir de lo que hacen, deberían avergonzarse de lo que no hacen, porque hacer habitables los municipios es su trabajo y hoy por hoy pueden ser sospechosos de todo menos de hacerlo de balde.