OPINIóN
Actualizado 12/08/2018
José Luis Puerto

La ebriedad de los días de verano va transcurriendo y, a medida que llegamos hacia mitad de mes, aumenta su intensidad. Todo es plenitud, para quienes disfrutan de unos días vacacionales en su pueblo de origen, para quienes tienen la fortuna de regresar periódicamente a sus pueblos, donde tienen la oportunidad de tomar nuevo vigor para el curso venidero.

Las fiestas patronales se anuncian por doquier. Las de la Asunción de la Virgen (llamadas fiestas del cereal por Julio Caro Baroja, en su obra 'El estío festivo') suponen siempre el culmen de agosto. Se celebran en medio país y en media provincia. Aunque, entre nosotros, también las de San Roque, así como otras advocaciones marianas (las Nieves, por ejemplo) y hagiográficas (San Bartolomé o San Agustín, entre otros).

Por todas las paredes y tablones municipales, además de las fiestas, se anuncian las programaciones culturales y de ocio del verano. Este tipo de actividades se han ido consolidando en nuestro país, desde los inicios de la democracia. Representaciones teatrales y dramatizaciones, actuaciones musicales de todo tipo, actividades de animación para adultos y pequeños, competiciones deportivas, excursiones y marchas a algún santuario, a determinado enclave monumental o paisajístico, etc.

La sociedad reclama este tipo de actividades, donde la cultura, si no en profundidad, se utiliza como ámbito ocupacional y de ocio. Debido a tal demanda, instituciones provinciales, municipales y de otros tipos tienden a patrocinar o apoyar de algún modo tales actividades, que ?dicho sea de paso? suponen un ámbito laboral para no poca gente, así como, acaso también, un pozo de beneficios y ganancias para algunas otras.

Los nacidos en el mismo año (no nos gusta la palabra 'quintos', por lo impropia que es para tal denominación) se reúnen y celebran comidas o cenas conjuntas, para celebrar, por ejemplo, lo que antes era la entrada en la vejez, al cumplir 65 años (edad que algunos, ilusos, consideran poco menos que juvenil aún). Algo que hemos comprobado en varios pueblos de los que este verano hemos visitado.

Como también se celebran ?cuando están bien avenidas? encuentros, reuniones y banquetes familiares, donde el clan refuerza su identidad, aunque sea en los efímeros momentos de ese encontrarse, aprovechando la estancia en la localidad de origen.

Poéticas del verano. Antropologías de nuevo cuño ?marcadas por la emigración, los cambios de vida y los periódicos reencuentros con el lugar de origen?, en las que se dibuja un nuevo modo de estar en la vida, distinto ya que el que era dominante cuando las sociedades rurales existían aún en su esplendor o, al menos, cuando los pueblos estaban habitados y la vida rural daba señales de vida.

Poéticas del verano. Antropologías del verano. Esplendor en la hierba de unos días que, pese a parecer eternos y gozosos, son en realidad muy efímeros, pues a todos espera el duro banco de sus obligaciones (personales, familiares, laborales, sociales?), que es el que de verdad nos configura.

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