OPINIóN
Actualizado 09/08/2018

Hoy la columna será breve, como el swing de raqueta de Carolina Marín, ligera como sus movimientos sobre la pista. No podrá contar, eso sí, con la fuerza que la onubense imprime en cada remate. Ni será sutil, como esas dejadas que castigan los riñones de sus rivales tras haberlas enviado antes al fondo de la pista. Trata de gritarle al mundo, eso sí, como Carolina al final de un intercambio, que la grandeza del deporte reside en los aspectos que lo hacen universal.

Sin embargo, son los hechos excepcionales, las victorias, las que llaman la atención y se erigen en noticia. No hay espacio para los perdedores en los medios de comunicación, en el corazón de los seres humanos. Igual que no lo hay para los procesos que estos deportistas siguen a diario: de su lucha nos perdemos la parte en la que todos podríamos identificarnos con ellos: el sufrimiento, las dudas, la desesperación.

Es evidente, hay ocasiones y modalidades deportivas, en las que por una mezcla de condiciones físicas y herencias culturales, la espectacularidad de las acciones, la dureza de los contactos o las velocidades de ejecución no son las mismas entre hombres y mujeres. Ello ocasiona un menor seguimiento informativo (también una menor demanda de información) y el consiguiente anonimato de estas deportistas. El problema, insisto, reside en la atención.

Centrarnos únicamente en el espectáculo sería limitar nuestro tiempo de ocio a las películas con mejores efectos especiales, a la actividad que nos produjera mayor cantidad de adrenalina. Sin embargo, hay público que admira otro tipo de belleza y acude a otra suerte de llamadas. Poco se puede hacer ante los grandes deportes, negocios que hace mucho que olvidaron su génesis rudimentaria, la primera chispa que dio paso al fuego. Sin embargo, tanto deportes minoritarios como, sobre todo, el deporte femenino, pueden captar la atención de cada vez más espectadores si son capaces de transmitir, como logra hacer Carolina, no solo la parte que de espectáculo y entretenimiento tiene el badminton, sino todos esos valores que el deporte exalta al simbolizar, tal vez, la más fiera lucha que un individuo puede librar contra sí mismo.

En esa lucha nos reconoceremos. La fidelidad a un deporte parte también de su capacidad para convertirse en espejo y referente. Y como espejo y referente, e instrumento para la educación de las sociedades, administraciones y empresas privadas deben asumir, también ellas, un papel más protagonista.

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