OPINIóN
Actualizado 04/08/2018
Antonio Costa

No les importamos un pimiento. Nos acorralan con obras, nos cierran la entrada a las plazas, nos levantan el suelo por el que pisamos. Nos acosan con ruidos rabiosos, nos llenan de polvo, nos desprecian.

Muchas obras son innecesarias, dejan los lugares peor de lo que estaban antes. Es hacer por hacer, mover el dinero porque a alguien le interesa, sacar paleadoras al tuntún. Lugares que son cómodos y humanos los meten en diseños fríos y abstractos. Ya no importa la gente, importa que los diseñadores pedantes digan: qué listos somos. Y las ciudades se hacen más áridas y más abstractas.

Hay muchas obras que son necesarias, pero esas no las hacen. Hay plazas llenas de andamios durante décadas, edificios en ruinas, servicios que funcionan mal, vallas que ya forman parte de la decoración. Pero ésas no las terminan. Hay acciones que necesitarían realizarse, estropicios que habría que arreglar. Pero eso no lo hacen. Solo desgarran lo que está bien así.

Y suelen hacerlo en verano. Se supone que porque muchos se van. Pero los que no podemos irnos o no queremos irnos no importamos nada. A nosotros que nos zurzan. Se nos puede despreciar, ignorar, molestar, acorralar. Qué importancia tiene. Si nosotros estamos incómodos, si no nos dejan vivir en paz ¿a quién le importa?

Algunos están descubriendo la vida, otros saborean los últimos sorbos. Se merecerían una tregua, o un respeto, o que les dejen saborear su vida. Para algunos será el último verano. ¿Qué más da? Estamos en el tiempo del desprecio, decía Sábato.

Pongamos las ciudades cada vez más frías, levantemos una calle para volver a levantarla al año siguiente, hagamos como que hacemos, vivamos en la indiferencia insensible. Si esto lo hacen los poderes democráticos ¿qué harán los poderes absolutos?
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