A veces cuesta trabajo encontrar el propósito de ciertas tareas, justificar para qué se hacen cosas. La tupida red de las profesiones se ha ido configurando poco a poco a raíz del desarrollo de la humanidad. Los oficios se han ido adecuando a las necesidades, pero también han tenido una autonomía relativa, de manera que han terminado dando satisfacción a sus propios avatares. En la tensión entre el homo faber y el modelizado por el pensamiento liberal homo economicus con el homo sapiens de trasfondo, siempre hubo espacio para el ejercicio de la contemplación, en el marco del beatus ille, y del activismo transformador. Ambos constituyen formas de vida que se cuelan por los intersticios que dejan tanto las profesiones mínimamente regladas como los quehaceres más cotidianos que requieren esfuerzo e imaginación. Fray Luís de León en el retiro de La Flecha, Michel de Montaigne en su castillo, Antonio Gramsci en la prisión, son ejemplos de todo ello.
La crítica es una actividad humana por excelencia que, no obstante, ha terminado constituyendo una profesión que afecta a otras numerosas labores. En el ámbito académico se liga con la filosofía de quien se dice que es auxiliar. Tener criterio supone poseer la capacidad de discernir y, por tanto, es algo que se vincula con la existencia de un determinado canon, de un patrón de alguna manera preestablecido que es el referente del juicio que se lleva a cabo. Los críticos profesionales ejercen su tarea con respecto a numerosos cometidos, sobresaliendo los que lo hacen en el terreno de las artes, ámbito muy bien abonado para una tarea raras veces prescindible. En otros ámbitos se les denomina evaluadores siendo su acción mucho más prosaica. Quien ejerce la crítica suele estar envuelto en un aura de prepotencia porque su magisterio, en ocasiones, fija el criterio que debe seguirse en el futuro dejando fuera de juego a quienes no prosiguen su diatriba.