Existimos en el transcurrir, en el tránsito de un asunto a otro, en la convivencia y comunicación de unas personas y de otras, en el trabajo y en el ocio, en el paso continuo de lo sagrado a lo profano y viceversa. Existimos. Pasamos de continuo por mil avatares. Vivimos en el pasaje, en los pasajes. Somos seres de tiempo. Y así transcurre nuestro existir.
El verano es un tiempo propicio a los pasajes. Nuestro verano, cada verano, así es. Recorremos la provincia en busca de aventura, de conocimiento, de recuperación de lo perdido y extinguido, de trato con unas gentes campesinas en trance, ay, de desaparecer.
Por las tierras del noroeste salmantino, de pueblo en pueblo, nos quedamos maravillados ante una hermosa y antigua arquitectura popular de piedra, maltratada, que no ha sido protegida y que, debido a ello, se va irremediablemente a perder. Y por tales pueblos vamos tratando ?nuestra nueva aventura etnográfica? de recoger antiguos romances, los que se mantengan aún vivos en la memoria popular campesina.
Es curioso, pero quienes más estiman su propia tradición, su propio patrimonio tradicional, son los emigrantes, quienes han tenido que emigrar y se encuentran en sus pueblos de vacaciones. Porque necesitan esas señas de identidad de los lugares en los que han nacido y vivido su niñez y hasta su mocedad. Emigrantes al País Vasco de Villasbuenas o de Barruecopardo nos cantan los romances que recuerdan y que aprendieron de las madres y abuelas; también, menos, de los padres y abuelos.
En Lumbrales, en Olmedo de Camaces, en Guadramiro, en Cerralbo? vamos recogiendo, como las cuentas de un rosario, esos romances o fragmentos de romances que aún se atesoran en la memoria. Y, en esos pasajes, percibimos el latido de lo popular y de lo tradicional campesino; esa cordialidad humana que aún late en no pocas de nuestras gentes.
Pero otra tarde nos trasladamos a Béjar. El Centro de Estudios Bejaranos (al que pertenecemos) organiza un concierto de órgano, nada menos que del eximio músico bejarano que viviera entre los siglos XVIII y XIX José Lidón, en la iglesia de Santa María, que tiene un órgano restaurado que suena maravillosamente y en el que José Lidón, de niño aún, entrara en contacto con la música, pues su padre era de tal parroquia sacristán y organista. Tarde memorable e íntima, con un público no escaso, eso sí, de personas mayores, donde quisiéramos ver presente a esa juventud interesada en la cultura, que, por fortuna, existe.
Pasajes. Vendrán más acontecimientos estos próximos días y semanas veraniegos, a los que asistiremos, en los que estaremos, para tomarle ese pulso humano y cultural a nuestra provincia.
Porque solo así, en esa tarea individual y de todos, una comunidad adquiere sentido y va escribiendo su propia historia con renglones derechos. Pues solo Dios escribe derecho con renglones, en ocasiones, torcidos.