BRACAMONTE
Actualizado 17/07/2018
Redacción

Un viaje a la historia más auténtica y genuina de la localidad y sus vivencias

Os ennoblece el mimo y el cuidado con que conserváis y tratáis los restos de la ermita de San Blas. No fue la única que existió en Santiago, pues los papeles nos hablan de las ermitas de San Benito, de San Pedro, de San Miguel y de Nuestra Señora del Arrabal. Creo que aún se mantiene el recinto de la de San Miguel, como propiedad privada, y que se utiliza para otros menesteres y usos.
Como me gusta conocer las cosas al natural, tal cual son, hace unos días, me propuse visitar los restos de la ermita de San Blas. Me impresionó su solidez y sus arrestos para desafiar tiempos e intemperies. Yo les comenté que su arraigo de encina los mantiene con ese vigor y en esa disposición abierta de compartir palabra con los hombres. Son como abuelos históricos que tienen voz, nos hablan, nos cuentan historias, experiencias y secretos.
La primera vez, que tropecé en los papeles con la ermita de San Blas, fue en 1612. Se trataba de una orden del provisor, que recomendaba que se trastejase su tejado, que la lluvia hacía mucho destrozo en la cubierta de su nave; pero este dato no nos da fe de su origen. Estas ermitas suelen tener su arranque a principios del siglo XIV y, en este supuesto, se encuentra San Blas. ¿No pudo suceder también que la ermita de San Blas fuese una de las iglesias de las siete aldehuelas, que cercaron la villa de Santiago? En este caso, la datación de este recinto es mucho más antigua.
Hojeando los libros de fábrica de la iglesia, en 1676, doy con otro apunte de la ermita, en que se ordena, que, con la limosna de los vecinos (cien reales), se le pongan unas puertas nuevas; y, en 1710, se asienta su retablo, con un enclave, para colocar la imagen de San Blas.
Pero fue, en 1731, cuando la ermita se renovó por entero, excepto en sus paredes. Se puso la techumbre nueva, mediante la colocación de tirantes, viguetas, tablones, tabicones, cuartones de a marco, más de cuatrocientas tablas de a tercia y seis mil tejas; se emplearon dos mil ladrillos; se pusieron puertas nuevas, se preparó el umbral y se enlosó el piso con trescientas baldosas; además, se remienda una pared y se abren dos ventanas de piedra de cantera, y se utilizaron, como argamasa, cinco carros de cal.
Y e
l escrito nos informa de otros gastos, como la visita del maestro albañil a la sierra a ajustar la madera; la labra de toda la madera y el consumo en sogas, cántaros y palas. Acompaña el escrito el presupuesto detallado de toda la obra, con toda su precisión, que asciende a 7.652 reales, y que incluye los dineros, que se abonaron a los maestros y peones en el desempeño de la dicha obra.
Antiguamente, hubo cofradía de San Blas, la que se ha perdido, sólo ha quedado la costumbre de nombrar mayordomos anuales del Santo, y, en el día de la festividad, permitiéndolo el temporal, se celebraban, en su ermita, vísperas, misa y procesión; y si hacía malo, en la iglesia de dicha villa, y sus mayordomos pagaban de limosna ocho reales al cura, y dos al sacristán, como era costumbre.
En 1797, nos llega la mala noticia: el provisor manda que se traslade, a la iglesia, la efigie de san Blas y su retablo, y que se cierre la puerta de la ermita de mampostería y cal. La obra la llevó a cabo Manuel Pérez, que cobró, por ello, catorce reales.
Y el denuedo no finalizó aquí, en 1801, se pagaron 400 reales a Juan Lomba, de nación gallega, por la demolición de la ermita de San Blas, y 135 reales, por la conducción de la madera y del clavazón de dicha ermita.
En 1821, la piedra de la ermita de San Blas se aprovecha para hacer el cerco, que está delante de la torre, y se gastan 24 reales de dos cántaros de vino, para convidar a los vecinos por traer la dicha piedra y ponerla.
La ermita de san Blas contaba con sus heredades, con cuyas rentas socorría, con creces, todos los gastos de mantenimiento y decencia: gozaba 54 huebras y cuarta de tierra, que no estaba mal en aquellos tiempos.
Con su asentimiento, como testimonio de verdad, emprendí la vuelta a mi casa, cuando el sol emitía su último suspiro. Según subía la cuesta, miré a mi izquierda y observé que la máquina había anegado el antiguo camino de Santiago Ya no hay cañerón ni hoyas de arcilla en el vallado, ni el miedo que desprendían aquellas huras de lagarto; pero ni, por mucho empeño: la técnica ha sido incapaz de borrar los recuerdos en mi memoria.

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