Organizan una exposición con retratos de Unamuno, se titula Iconografía Unamuniana. Pero exponen muchas trivialidades, muchos cuadros olvidables. Muchas cosas muy flojas, que no son dignas de él. Cuadros sin fuerza, ocurrencias sin densidad. Caprichos que no dicen nada.
Hay cinco o seis obras extraordinarias. El retrato hecho por Solana, que parece un van Gogh tenebrista. Una derivación de la España negra y agónica de Salamanca, que tanto conecta en eso con Unamuno. Parece que los libros se mueven, que están vivos los objetos en el despacho, que las mismas paredes vibran. Se ve toda la pasión de Unamuno, todas sus paradojas, su inquietar a la gente.
Está el Unamuno de Juan de Echevarría escribiendo con una sinfonía de azules. Con el jersey del escritor que sugiere que escribía igual que subía por la montaña. Está el Unamuno de Zuloaga en la misma entrada. Está un busto de Unamuno por Venancio Blanco con toda la agudeza trágica de su nariz y de su prosa. Está un Unamuno que parece perderse en un bosque con las manos atrás y la cabeza avanzando sin tener miedo de nadie. Está el Unamuno audaz con su literatura paradójica y rebelde.
Pero toda esa acumulación de imágenes ¿para qué? ¿Les parece que todo es cuestión de cantidad, que cuántas más cosas pongan la exposición va a ser más intensa? Hay un montón de elementos que sobran, hay aportaciones que parecen gansadas. ¿Le gustaría a Unamuno que expusieran montones de imágenes sobre él, fueran cuales fueran?
Una vez estuve en el Museo Nacional de Japón, en Kioto. Hay 20 o 30 obras en unos espacios inmensos pero ¡con qué intensidad destacaban¡ Cada una era un golpe, una invasión silenciosa. Aquí creemos que todo consiste en acumular, como en los bazares.
Lo siento, Unamuno era otra cosa.