OPINIóN
Actualizado 16/07/2018
Alfonso González

Con la única intención de contribuir por estas fechas a la enseñanza del idioma español, tomo prestadas las palabras de Mauricio Wiesenthal en su libro "La Hispanibundia", pág. 14, donde explica "?eso tan sutil y tan volátil que los españoles llaman <el aire>. Una catedral, por ejemplo, puede ser de estilo gótico y tener un aire siniestro. De una persona cabe decir que se distingue por su aire aristocrático, y cualquiera puede darse un aire de lo que no es, mostrando vanidad o impostura. Dos hermanos comparten un aire de familia. Al gesto elegante e inspirado se le llama airoso; al desprecio le llaman desaire, y a la gracia le colocan delante esa partícula protocolaria que antecede en español a los nombres de persona ?don Luis, don Jorge, don Felipe- y la llaman donaire. El aire, espíritu sutil, es un símbolo más de la imprecisión hispanibundia. Puede ser cualidad importante para los efectos del arte y de la mística, y lo mismo un defecto cuando la ciencia se contagia de esa misteriosa inspiración:

-Doctor, me duele el hígado. ¿Cree usted que es algo grave?


-No sé; esto tiene aire de ser una hepatitis."

Uno de nuestros artistas más grande, Velázquez, ha pintado el aire. Y la cumbre de nuestro barroco ?pensemos, por ejemplo, en el Transparente de la catedral de Toledo- es un intento magnífico de orquestar las formas en el escenario del cielo. No hay clásico de nuestras letras que no se haya engolfado en el aire y en sus auras.

<Bien verdad ?dice don Quijote, después de vivir la aventura de Clavileño- que sentí que pasaba por la región del aire, y aun que tocaba a la del fuego, pero que pasásemos de allí no lo puedo creer>."

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