Es para mí un profundo placer llegar a casa y tener un tiempo para sentarme a escribir sobre algo que lleva unos días flotando en mi cabeza. En realidad, a veces se agolpan o se solapan ideas sobre las que quiero escribir, y fluyen, nadan en mi mente, se llevan bien, nadan sin chocarse, cada una por su calle, pero no son calles rectas como las de las piscinas o de las ciudades, si no como las de los pájaros cuando vuelan en el cielo, que nadan, flotan, fluyen, porque una flor o un banco de un parque me llevan a sensaciones que me hacen respirar hondo, y todo aquello que me hace respirar muy hondo es lo que quiero contar en este lugar donde el tiempo se para y puedo ser.
Este es el caso de Fernando Aramburu -que sigue rondando en mi cabeza desde que terminé de leer Autorretrato sin mí-, conocido por la mayoría tras el éxito de Patria. Este escritor, que nace en San Sebastián en 1959, es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza y cofundador del grupo CLOC de Arte y Desarte, en el que permaneció unos años de juventud. En 1985 se traslada a Alemania, como él mismo confiesa, por amor, trabajando como profesor de español con población inmigrante, actividad que cesa en 2009 para dedicarse en exclusiva a la literatura. Consigue su primer reconocimiento en 1996 al publicarse su novela Fuegos con limón, en la que habla de sus años de formación en su tierra natal y de la creación de su grupo cultural. En 2001 obtiene el Premio Euskadi con Los ojos vacíos, el primero de la Trilogía de Antíbula, al que siguieron Bami sin sombra (2005) y La gran Marivián (2013). En 2003, El trompetista del Utopía daría posteriormente origen a una película, Bajo las estrellas (2007), que logró dos Goyas. Le siguen Viaje con Clara por Alemania (2010), El vigilante del fiordo (2011), Años lentos (2012, VII Premio Tusquets Editores de Novela, y Premio de los Libreros de Madrid), Ávidas pretensiones (Premio Biblioteca Breve 2014), Las letras entornadas (2015). Como cuentista ha obtenido por Los peces de la amargura (2006) el XI Premio Vargas Llosa NH y el IV Premio Dulce Chacón de Narrativa Española (2007) además del Premio Real Academia Española (2008). Su novela Patria (2016) le ha proporcionado diversos galardones: Premio Nacional de Narrativa, Nacional de la Crítica, Euskadi de Literatura en Castellano, del Club Internacional de la Prensa, y Francisco Umbral al Libro del Año, entre otros. La mayoría de sus libros no sólo han sido reeditados, sino que además se han traducido a otros idiomas. Podemos también admirarle como escritor de cuentos infantiles, y como traductor de libros de otros autores. Así mismo es columnista y reconocido aforista, colaborando en diarios de tirada nacional. Esta cumplida tarjeta de visita es la que enmarca a este grande de las letras.
Pero? a lo que vamos. Escribir algo después de Patria, con cerca de treinta ediciones y más de 700.000 ejemplares vendidos sólo en España, parece una tarea impensable. Él mismo suele calificar estas vertiginosas cifras como un tsunami que ya ha pasado y que ha despejado por fin su escritorio, volviendo a la vida mortal del escritor, que es ambas cosas, y Aramburu lo tiene muy claro: escritor y mortal.
Pues sí. Se puede, tras un éxito tan inconmensurable, crear un texto de extraordinaria belleza, Autorretrato sin mí, estructurado en seis apartados con 61 pequeños capítulos de muy fácil lectura, en los que este consumado artista de las letras reflexiona sobre la vida, sobre el tiempo que pasa, sobre la familia, los amigos, los paseos, la importancia de la infancia y de los padres, las grandes decisiones que tomamos y que nos influyen tanto, como el deseo irrefrenable de escribir? y de leer. Comenta que nació en el seno de una familia modesta y que le gustaba leer desde niño (me recuerda a Luis Landero que, en El balcón en invierno, destacaba que en 1950 en España no había ningún libro en ninguna casa, que en la suya había sólo uno, y que cuando escribió esta novela él ya había leído entre 4000 y 5000 volúmenes). Aramburu asegura "Yo me encargaré de que haya libros". Confiesa que escribir es una necesidad, que "contrajo la poesía a una edad temprana", aunque luego se separó de ella para poder expresarse de otras formas, y que "se hace literatura con los guijarros de la vida". "Este hombre (en el que dice habitar) me hace madrugar para cumplir a diario el sueño de un lejano adolescente que quería ser escritor". Y así es como nos va adentrando en ese mundo tan personal, el suyo, que podría ser el de cualquiera de nosotros. Porque no se trata de una autobiografía, sino de "un autorretrato", en el que describe ese "paisaje ético" en el que dice vivir, que es todo lo que nos va construyendo como humanos. Y es que, este autor, no describe una serie de acontecimientos que le fueron pasando, sino más bien hace sentir aquello que le ha ido haciendo como persona como si fuera un espejo en el que cualquiera de nosotros se podría reflejar, lleno de sensaciones, valores, momentos vitales y pequeñas cosas de extraordinaria belleza: Los fríos días en Alemania, los blancos que cubren el campo? los abedules? "el hueco" o la soledad, la compañía de la persona con la que comparte su vida? Los saludos durante el paseo a las personas que conoce, el abrazo a los amigos? La manzana que come cada mañana en ayunas y tras la que tiene un tiempo de escritura productiva (yo la llamo "la manzana de la inspiración"). Aspectos que no pasan desapercibidos si queremos disfrutar de una vida plena, serena y a la vez aliñada con incertidumbre por la velocidad del tiempo, por la pérdida de la melena que lucimos de jóvenes, por la aceptación obligada de esa mente despejada, por el pensamiento de que todo caduca, que la fama es efímera y él se conforma, como dice, con "un paseo por la vida".
Fernando Aramburu nos regala las mejores flores que ha sembrado en este bellísimo ejemplar, en el que con una prosa poética deleita al lector tras esa tarea solitaria de escribir, y trae a la vida un volumen de páginas llenas, en el que mira hacia adentro tanto como Patria lo hizo hacia afuera, exquisito en sus pensamientos y reflexiones, cuidado, educado y cortés, para leer despacio, con el sosiego y la serenidad que transmite. Es un libro bello y calmo, amable, cálido y tierno, lleno de ternura y vida cotidiana, en el que reflexiona sin rencor sobre la vida siendo muy consciente de que el tiempo es un regalo con caducidad, pero apacible y sereno dentro de las dudas que presenta, y está lleno de pensamientos que pueden ser comunes a cualquier otro ser humano, pero que a través de la mano de Aramburu se hacen visibles y se posan en unas hojas para leer siempre y saborear, para tener a mano y releer.
A estas alturas no cabe más que una pregunta. ¿Qué será lo próximo? En su escritorio, ha dicho, hay un proyecto que tiene que ver con la poesía, con la que se está reconciliando. También hay otro que está relacionado con los aforismos. Sea lo que sea, estamos ávidos de tocar sus páginas y de dejarnos acariciar por sus escritos. Porque sabemos que, Fernando Aramburu, el poeta que habita en él, será fiel a su compromiso de escribir, por lo que madrugará cada mañana, para dar bocados a esa manzana que es su fuente de inspiración.