OPINIóN
Actualizado 08/07/2018
Asprodes

Entre los caracteres que los seres humanos recibimos de nuestros progenitores no figura la amabilidad, es decir, la cualidad que nos hace dignos de ser amados, porque la afabilidad, complacencia y afectuosidad no se encuentran en la secuencia de ADN transmitida en los caracteres hereditarios.

Nadie es amable por herencia cromosómica, sino por aprendizaje de las capacidades que habilitan para serlo, poniéndose de manifiesto los méritos propios adquiridos para ser amados por quienes van de camino a nuestro lado en la vida dándonos la mano y acompañándonos en la ruta.

Las personas amables generan sentimientos positivos a su alrededor que a todos benefician, con sonrisa a tiempo y buen gusto, cultivando detalles de cercanía, destilando armonía y sin importarles la renta afectiva que puedan recibir al invertir su patrimonio sentimental en gestos que facilitan la comunicación y el entendimiento.

Además del bienestar que reporta tomar y dar; resulta que ofrecer y aceptar no exige esfuerzo alguno ni renuncia a nada, porque dar las buenas noches, desear feliz jornada, agradecer atenciones, poner una sonrisa, solicitar perdón, admitir errores, ceder la razón, silenciar descalificaciones, pedir permiso, disculpar errores y promover acciones para el buen entendimiento conducen a la felicidad.

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