OPINIóN
Actualizado 05/07/2018
Pedro Zaballos

La pirámide requería una base sólida y segura. De poco servía haber llegado a la cúspide si los pies se desmoronaban. Se podían ganar unos segundos antes del desmayo, poco más. Y el golpe siempre era más doloroso, la pérdida más deprimente.

Por eso la cúspide de la pirámide prefería que el pie fuera grande, a pesar de la falta de estilismo de la figura. El equilibrio era elegante, claro, pero arriesgado. Requería esfuerzo, concentración. Mejor asegurar que seguir creciendo. Mejor la diferencia que la altura. Mejor la diferencia.

Cuando el pie ascendía la cabeza temblaba. Cuando la cabeza bajaba la columna se resentía advirtiendo el peligro. El pie, en cambio, no tenía miedo entonces porque el pie siempre tenía miedo. Siempre. El vértigo real estaba ahí: donde nada se podía perder.

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