OPINIóN
Actualizado 04/07/2018
Carlos Aganzo

La profesión docente está acostumbrada a moverse dentro de unos márgenes en los que intenta resolver cuestiones que el alumnado ignora o no entiende. La tarea investigadora se estructura sobre interrogantes que configuran hipótesis pendientes de ser demostradas o, simplemente, falsadas en los términos de Popper. Enigmas constantes que se articulan en el proceloso camino del saber. No todos son de la misma entidad, ni suponen similares encrucijadas en el alumbramiento de las respuestas. Sin embargo, configuran un determinado estilo de vida, de manera que quien no tiene el interés o la capacidad de preguntar está fuera de juego, debe dedicarse a otra tarea. Por otra parte, la propia pregunta implica formular correctamente el problema. De hecho, un problema no se puede abordar si no está bien planteado o lo que es lo mismo, partir de una pregunta confusa equivale a tener dificultades a veces insalvables a la hora de obtener la contestación.

Enzo tiene seis años. Es bilingüe español-inglés y le encanta hacer preguntas. Es el pequeño de una familia numerosa en la que los mayores le hacen poco caso. Su curiosidad, como la mayoría de los niños, no tiene límites y pregunta constantemente. Quiere saber todo acerca de lo que pasa, de la entidad de las cosas que ve a su derrotero, del por qué los demás hacen lo que hacen. Su voracidad es insaciable y ahora más, pues ha descubierto a Siri, una aplicación de Apple que se ajusta perfectamente a él siguiéndole la corriente y contestando a sus cuitas. A veces, Siri es juiciosa y le objeta que no está autorizada para contestar determinadas preguntas. Los padres de Enzo están tranquilos. Siendo testigo de las conversaciones con su tableta pasé del encantamiento a cierta tribulación para llegar a esa estación a la que uno arriba en cuestiones tecnológicas de rendición incondicional.

Han pasado unos días desde que descubrí las aptitudes de Siri cuando leo un largo ensayo sobre el suicidio hoy. Si bien es cierto que siempre hay una fundamentación teórica en Durkheim, el gran intelectual francés origen de la sociología como disciplina académica, en el texto aparecen cuestiones que me producen zozobra porque no tengo una respuesta inmediata ¿Es el suicidio una cuestión que tiene que ver con una elección personal o es un problema de salud pública? Algo que va más allá de la confrontación del libre albedrío con las políticas públicas, de la acción individual con la del estado. Interrogante neurálgico que conduce a un segundo que me genera mayor inquietud si cabe ¿Qué pasa en el cerebro de un suicida en los diez minutos anteriores a quitarse la vida?, que es, al parecer, el lapso en el que la mitad de quienes lo hacen toma la decisión. Pienso en que podría descargarme la aplicación y preguntarle a Siri por estas cuestiones, pero no me atrevo. Quizá no sea porque quiera conocer lo que opina del asunto sino porque lo que no deseo es que sepa y almacene lo que me conmueve.

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