La trashumancia ibérica ha alcanzado la era de Internet. Lo que no deja de ser sorprendente tras los malos augurios que la venían amenazando desde la Revolución Industrial. Y, sin embargo, aún podemos ver en cada estación pasar por el Puerto del Pico a las vacadas avileñas, embarcar a las merinas en las sierras de Soria y Segovia, o retazar los hatos por los puertos de las montañas de León. Todavía estamos a tiempo de observar la invernada de los rebaños en las dehesas de Extremadura, La Mancha y Andalucía. Aún, en fin, subsiste la marcha vertical de las reses anejas a vaqueiros, pasiegos, pirenaicos y lusos. Todo un atlas de ganaderías móviles que, al día de hoy, surcan las rutas pastoriles. La tela de araña viaria que envuelve la Península Ibérica con una tupida zamarra de veredas. Y mientras la red cañariega se redibuja sobre el espacio, la Red informática lo hace en el tiempo. Por eso, parece inevitable el encuentro; aconsejable el beneficio mutuo; necesaria la añadidura de ganados y caminos a las telecomunicaciones. La inserción de la red en la Red.
Al día de hoy la ganadería nos ocupa y nos preocupa. Estamos ante un sector activo, pero cambiante; una tradición viva, pero zarandeada; una política enojosa, pero necesaria. El ramo, cada vez más, mira de reojo a la Unión Europea. Esta, a su vez, depende de los mercados internacionales. La amenaza real, pues, se cierne; sea por imperativos económicos, sea por mor de la globalización. El vuelo de las ayudas hacia países recién incorporados. Las siempre difíciles negociaciones con los socios comunitarios. Las producciones cárnicas y laneras en espacios ultramarinos. Son otros tantos procesos que han roto las reglas del juego pecuario. Ahora nos aprestamos a conmemorar dos década de la entrada en vigor de la última Ley de Vías Pecuarias, en 1995, desarrollada por las Comunidades Autónomas. Y mejor que antes se evidencian los problemas de la ganadería extensiva. Y más que nunca se hace acuciante la búsqueda de alternativas.
Las tecnologías más vanguardistas han arribado al sector, propiciando la implantación de microchips en las reses, recurriendo al GPS cual brújula que marca la derrota del pastor por las cañadas. Pero también, la codicia de algunos ganaderos foráneos nos ha contagiado el mal de "las vacas locas", el cambio climático nos ha traído la enfermedad de "la lengua azul". ¡Y a saber en qué pararán los experimentos genéticos! Además, todo sucede muy rápido; en tanto se acelera la historia; en cuanto desconocemos el sentido de su deriva. ¿O es que la clonación de la oveja Dolly no nos parece hoy agua pasada? ¿Acaso no hemos exiliado estas mudanzas pastoriles en el parnaso del olvido?
Y, sin embargo, se mueve. La cabaña va. Dotadas de ordenadores las oficinas transeúntes del ganadero, pero también atrapadas por la maraña burocrática. Pertrechados de teléfonos móviles los mayorales, pero no menos indefensos ante las contingencias de la marcha a extremos. Resignados los viejos pastores a un oficio que se muere, pero no poco anhelantes los jóvenes de que les enseñen otros modelos para recoger el testigo. Entonces, convenimos en que la trashumancia vive, pero a trancas y barrancas, marchando por la quebradiza linde entre tradición y modernidad. Los nuevos tiempos la desafían. Necesita nuestra ayuda. Para fortalecer nuestra identidad cultural. Para salvaguardar nuestro patrimonio viario. Para que la Red no devore a la red.
Lo que no deja de ser sorprendente tras los malos augurios que la venían amenazando desde la Revolución Industrial. Y, sin embargo, aún podemos ver en cada estación pasar por el Puerto del Pico a las vacadas avileñas, embarcar a las merinas en las sierras de Soria y Segovia, o retazar los hatos por los puertos de las montañas de León. Todavía estamos a tiempo de observar la invernada de los rebaños en las dehesas de Extremadura, La Mancha y Andalucía. Aún, en fin, subsiste la marcha vertical de las reses anejas a vaqueiros, pasiegos, pirenaicos y lusos. Todo un atlas de ganaderías móviles que, al día de hoy, surcan las rutas pastoriles. La tela de araña viaria que envuelve la Península Ibérica con una tupida zamarra de veredas. Y mientras la red cañariega se redibuja sobre el espacio, la Red informática lo hace en el tiempo. Por eso, parece inevitable el encuentro; aconsejable el beneficio mutuo; necesaria la añadidura de ganados y caminos a las telecomunicaciones. La inserción de la red en la Red.
Al día de hoy la ganadería nos ocupa y nos preocupa. Estamos ante un sector activo, pero cambiante; una tradición viva, pero zarandeada; una política enojosa, pero necesaria. El ramo, cada vez más, mira de reojo a la Unión Europea. Esta, a su vez, depende de los mercados internacionales. La amenaza real, pues, se cierne; sea por imperativos económicos, sea por mor de la globalización. El vuelo de las ayudas hacia países recién incorporados. Las siempre difíciles negociaciones con los socios comunitarios. Las producciones cárnicas y laneras en espacios ultramarinos. Son otros tantos procesos que han roto las reglas del juego pecuario. Ahora nos aprestamos a conmemorar dos década de la entrada en vigor de la última Ley de Vías Pecuarias, en 1995, desarrollada por las Comunidades Autónomas. Y mejor que antes se evidencian los problemas de la ganadería extensiva. Y más que nunca se hace acuciante la búsqueda de alternativas.
Las tecnologías más vanguardistas han arribado al sector, propiciando la implantación de microchips en las reses, recurriendo al GPS cual brújula que marca la derrota del pastor por las cañadas. Pero también, la codicia de algunos ganaderos foráneos nos ha contagiado el mal de "las vacas locas", el cambio climático nos ha traído la enfermedad de "la lengua azul". ¡Y a saber en qué pararán los experimentos genéticos! Además, todo sucede muy rápido; en tanto se acelera la historia; en cuanto desconocemos el sentido de su deriva. ¿O es que la clonación de la oveja Dolly no nos parece hoy agua pasada? ¿Acaso no hemos exiliado estas mudanzas pastoriles en el parnaso del olvido?
Y, sin embargo, se mueve. La cabaña va. Dotadas de ordenadores las oficinas transeúntes del ganadero, pero también atrapadas por la maraña burocrática. Pertrechados de teléfonos móviles los mayorales, pero no menos indefensos ante las contingencias de la marcha a extremos. Resignados los viejos pastores a un oficio que se muere, pero no poco anhelantes los jóvenes de que les enseñen otros modelos para recoger el testigo. Entonces, convenimos en que la trashumancia vive, pero a trancas y barrancas, marchando por la quebradiza linde entre tradición y modernidad. Los nuevos tiempos la desafían. Necesita nuestra ayuda. Para fortalecer nuestra identidad cultural. Para salvaguardar nuestro patrimonio viario. Para que la Red no devore a la red.