Sin moverse de su sitio, Salamanca está cada día más cerca de Madrid. A hora y media exactamente con los Alvia, que son trenes AVE pero con las alas un poco recortadas, aunque a mi parecer a estos últimos nadie los echa de menos.
Y para los hombres y mujeres de asfalto, Salamanca se encuentra, en coche por la autopista, a menos de dos horas. Todo perfecto, pero déjenme verter un par de quejas: Por una parte, Adif debería bajar los precios y hacerlos más populares, y sobre los peajes, que nos explique Fomento cuánto nos queda de pagar para que la autopista sea nuestra.
Dicho lo anterior, con la esperanza de que tales reivindicaciones no caigan en el olvido, nos importa mucho el ocio y el negocio. Nadie sabe si es mayor la suerte de los madrileños con tener al alcance una Salamanca moderna, de cañas y tapas, con un ambiente juvenil para disfrutarla, a la par que añeja y cultural que celebra el VIII Centenario de su Universidad y, por ejemplo, tiene la sala de exposiciones de San Eloy, imprescindible para todos, repleta de cuadros y esculturas sobre el inmortal Unamuno, o se puede hablar a la inversa: que la suerte sea para los salmantinos al tener tan cercano un Madrid que se resucita cada día con nuevos atractivos.
Por diversos motivos, durante el mes de junio he pasado más tiempo en Madrid que en nuestra ciudad y he de vociferar a los cuatro vientos que la capital de la señora Carmena es un lujo cultural con tal variedad de actividades que sería un derroche que los salmantinos las sustraigamos de nuestra agenda viajera.
Comenzó el mes con la Feria del Libro, imprescindible para olerlos, tocarlos, adquirirlos -hasta donde nos llegue el presupuesto- y estar atentos a las presentaciones de interés. Además, solo los títulos de los libros ya te van conduciendo a momentos vividos, añorados o superados. Y como me interesaba Madrid, ¡qué recuerdos de adolescencia nos ha traído el gran José Luis Garci con un libro sobre el Campo del Gas, escenario donde se celebraban veladas de boxeo y lucha libre en los años sesenta y setenta el pasado siglo! Otro libro, escrito por Ricardo Aroca, es "La Historia secreta de Madrid", excelente en cuanto a la amalgama de voluntades y curiosidades que ocasionaron la construcción arquitectónica de la ciudad, pero lo de "secreta" es excesivo y más parece un alarde de editor que de autor.
No obstante, aparte de la Feria del Libro, en Madrid siempre nos quedará la Cuesta de Moyano, una feria permanente por la que el tiempo ni pasa ni la deteriora, sus casetas mantienen el mismo color ceniza con las que la conocimos hace cincuenta años, y es un placer escarbar sobre esos libros "de viejo" que son joyas que desconocemos o en su momento no pudimos leer, aparte de las que devolvimos a las bibliotecas y ahora las queremos conservar.
Por último, el plato fuerte lo hallamos en el Museo del Prado, donde se pueden contemplar bocetos y cuadros de Rubens, el gran pintor del XVII a quien debemos "las tres gracias" e innumerables ninfas mitológicas de color blanquecino y belleza tan exuberante, que todo lo que las rodea, a pesar de su complejidad creativa, tiene un sentido accesorio. Hay que agradecer a Felipe IV su exquisito gusto por la pintura de Rubens, de quien fue tan solícito.
Ya merecería la pena ver la exposición solo por admirar las "Tres ninfas en el cuerno de la abundancia". Rubens utilizó esta historia de Ovidio en la que cuenta cómo unas ninfas acuáticas recogieron un cuerno de oro perdido por Aquilón y lo colmaron de frutas y flores, convirtiéndolo en un cuerno de la abundancia. Escrito en la sinopsis está este detalle y el hecho de que Rubens utilizara la historia para expresar su poética visión de la belleza y sexualidad femeninas.
Ah, sobre esta exposición debemos advertir de las colas en forma de ele por las mañanas o la kilométrica culebrilla por las tardes para entrar en el Museo; pero llegando con premura merece la pena.