Hace muy pocos días, el Presidente de la República de Francia, Emmanuel Macron ?autoridad francesa con un nivel protocolario equiparable al de nuestro Rey- durante un acto oficial increpó a un joven que se dirigió a él con un atrevido:¿Cómo estás "Manu"?. El Presidente francés le contestó: "Llámame señor presidente o señor. El día que quieras iniciar una revolución, consigue un título y aprende a mantenerte por ti mismo, ¿de acuerdo? Después puedes sermonear a los demás". Como era de esperar, ha faltado tiempo para que los simpatizantes de populismos arribistas tachen a Macron de soberbio, mientras la mayoría de franceses ha aplaudido su decisión de exigir respeto.
Por desgracia, hace demasiado tiempo que ese respeto se está perdiendo en España por parte de demasiados ciudadanos catalanes. Y no sólo con el Rey, y lo que éste representa, sino con el resto de españoles que constatamos asombrados tanto desaire sin respuesta oficial. Hemos asistido durante más de cuarenta años a un constante machaqueo ideológico por parte del entorno independentista catalán, con la lógica consecuencia de alumbrar un generación ?y parte de la siguiente- formada en el odio a todo lo español y acostumbrada a comprobar que, desde "Madrit", se toleran todas sus bravuconadas y falsedades. Nos ha faltado el Macron de turno que hubiera reconvenido oportunamente cada uno de los desmanes cometidos por los dirigentes catalanes. Ahora no resultará nada fácil enderezar la situación, porque toda esa multitud de ciudadanos está convencida de que el nivel alcanzado por su sociedad es más fruto de su lucha contra el centralismo estatal que de la solidaridad generosa que siempre se ha tenido con Cataluña -aún a costa de los recortes aplicados al resto de España-. En una palabra, los catalanes secesionistas siguen creyéndose víctimas de un estado opresor que siempre ha perjudicado a esa región de España que, según ellos, tiene derecho a regir sus destinos sin necesidad de someterse a las leyes que regulan la vida del resto de españoles. Tan es así, que personas a las que se supone una formación y una cultura suficientes para conocer al detalle la Constitución y el ordenamiento jurídico y español no dudan en menospreciarlos, convencidos de que les asiste la razón. Representan tan a la perfección ese papel que llegan a convencer a más de un incauto, tanto del interior de España como del resto del mundo.
La actitud que se está teniendo en España ante provocaciones como las vividas tan de continuo en Cataluña no son de recibo en ninguna otra parte del mundo que esté regida por personas medianamente normales. De hecho, allí donde la democracia permanece en toda su esencia, el relato del día a día nos está mostrando, una y otra vez, la forma de cortar por lo sano cualquier conato secesionista. Se ve que la nuestra es una democracia descafeinada por políticos que sobreponen sus intereses personales al mandato constitucional. De nada sirve que el gobierno de turno se revista de teatralidad a la hora de alinearse con el llamado bando constitucionalista si, llegado el momento de arañar votos o de tocar poder, no duda en aliarse con quienes llevan en sus genes la destrucción de España.
Acabamos de comprobar una muestra de todo lo anterior en la reciente visita de nuestro Rey a Tarragona, con ocasión de la inauguración de los Juegos del Mediterráneo. En tan corto espacio de tiempo, no pueden darse más desaires y ofensas que las exhibidas ante nuestro Rey por el xenófobo Quim Yon Torra. No quiero esperar ni un momento para poner de manifiesto la paciencia, caballerosidad y saber estar de nuestro Monarca aguantando la cara del presidente catalán que parecía padecer úlcera de estómago, pero que aún tuvo tiempo para escucharle y no devolverle el trato que se merecía. Pretender en esos momentos dar una clase de educación en público, sería ponerse a la misma altura de grosería que el interpelado. Ahora bien, exhibir una sonrisa de oreja a oreja y mantener una actitud indulgente y compasiva como la mostrada por nuestro Presidente del Gobierno, declarándose dispuesto a dialogar con quien no está dispuesto a admitir ninguna obediencia que emane del gobierno central, significa pasarse varios pueblos. No sólo eso. Qué se puede dialogar con el autor de los siguientes comentarios: "Felipe VI no ha pedido perdón por su discurso del 3-O". "El Gobierno de Cataluña rompe relaciones con el Rey". "El Rey mandó sus fuerzas para golpear y herir a los catalanes; y no se ha disculpado".
A pesar de todo lo anterior, a pesar de los intentos de boicotear el acto por parte de independentistas jaleados desde la Generalidad, a pesar del apoyo dado por Pedro Sánchez al gobierno de Rajoy en la aplicación del artº 155, a la hora de la verdad, cuando ya se pisan las alfombras de la Moncloa, nuestro Presidente del Gobierno se baja los pantalones ante quienes le han instalado en ese palacio. No se puede vender la imagen de defensor de nuestra Constitución y, una vez alcanzado el poder, contentar a quienes han atentado contra esa Carta Magna prometiéndoles la retirada de todos los recursos planteados ante el TC por el anterior gobierno contra las leyes presuntamente inconstitucionales. No. Después de tanto desafío y ofensas al Jefe del Estado, un gobierno que se precie puede hablar de normalizar la situación, pero siempre salvaguardando la ley. Acudir a la Zarzuela y acompañar al Rey con cara de ser más monárquico que él, para dejar sin respuesta a quienes pretenden ofenderle en su presencia, es volver a obrar con la mentira No se puede gobernar en minoría a base de tender la mano a quienes buscan el fin del sistema.. Todo ese afán de buenismo suena muy bien con quien está dispuesto a cumplir la ley. Con quien no lo esté, cualquier cosa menos pasar la mano por el hombro.