OPINIóN
Actualizado 24/06/2018
José Luis Puerto

Las imágenes de los niños centroamericanos, separados de sus padres (emigrantes sin papeles detenidos) y encerrados entre alambradas, por la administración norteamericana, en un desamparo absoluto, que expresan con sus llantos y lamentos, así como con llamadas de auxilio a sus padres y otros familiares, sobrepasan cualquier límite de profanación de la dignidad humana. Parece mentira que hoy, a estas alturas de la historia, en el país más poderoso del mundo, se produzca tal contravención de los derechos humanos.

Clama al cielo. Y los organismos internacionales que pueden velar por los derechos de los niños y, en general, por los de los inmigrantes, tendrían que tener una postura más decidida y más valiente, para que tales agresiones a la más mínima humanidad de nuestra especie no pueda producirse.

Es verdad que se están levantando voces contra tales prácticas, incluso desde sectores políticos y de la sociedad norteamericana, como también desde el resto del mundo, pues una mínima sensibilidad humanitaria y un mínimo respeto a la legalidad internacional y a los derechos humanos impediría tales prácticas. ¿Y si les pasara a los hijos de quienes decretan y ejecutan tales prácticas? ¿Lo tolerarían?

Pero también desde Italia, desde ese nuevo gobierno que no está a la altura, ni mucho menos, de lo que son las tradiciones humanistas europeas, además de no permitir la entrada de los desamparados (refugiados, inmigrantes africanos y asiáticos), que se juegan su vida en el Mediterráneo, que, hoy, más que un mar civilizador, se ha convertido, lo hemos convertido en un cementerio, se están queriendo realizar listas de personas de la etnia gitana, con el fin de expulsarlas del país, o, incluso aunque se queden en él, de que vivan señaladas. Todo ello nos trae el recuerdo de las listas de judíos del nazismo alemán. Y ya sabemos la barbarie a la que todo aquello condujo.

Pero las tradiciones europeas, que nacen con la modernidad y se afianzan con la ilustración, nos dicen con una claridad meridiana que los gitanos, los inmigrantes y los latinos (padres y niños de ellos desgajados) son seres humanos exactamente igual que todos nosotros, y, por ello, son sujetos de dignidad, que ha de serles respetada, lo mismo que la reclamamos para nosotros.

Da pavor tal involución, tal retroceso de las tradiciones humanistas y civilizadoras que, desde Europa, han irradiado históricamente al resto del mundo, tal vuelta a la barbarie. Un proceso que habría que detener, desde posiciones sociales, políticas, religiosas o humanistas, en general, para que no aceptemos, como si fuera normal, todas estas profanaciones de los seres humanos.

Nos recuerda esta situación al conocido poema del escritor alemán Bertolt Brecht: fueron a por los centroamericanos, yo, como no lo era, me quedé tan pancho; fueron a por los inmigrantes, yo, como no lo era, me quedé tan pancho; fueron a por los gitanos, yo, como no lo era, me quedé tan pancho? (Perdónesenos esta recreación, en clave vulgar, del poema brechtiano; lo hemos hecho así, para que se nos entienda).

Y, sí, en esta sociedad del espectáculo, en la que todo se nos escenifica y representa, a través de las pantallas de los televisores y ordenadores, tenemos unas tragaderas tan grandes, que ya aceptamos como normales (y nos quedamos tan panchos, sin inmutarnos lo más mínimo) las mayores barbaries y profanaciones de ese ámbito de humanidad que nos pertenece a todos, seamos lo que seamos. Y así nos va.

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