OPINIóN
Actualizado 18/06/2018
María Jesús Sánchez Oliva

El 5 de junio de 1898 no nació en Fuente Vaqueros (Granada) Federico García Lorca, nació uno de los más grandes poetas españoles, la voz del pueblo, el defensor de la verdad, el amante de la palabra, de la concordia, de la paz, el clavel de claveles que tendría que florecer en un desierto de desórdenes políticos, de conflictos sociales, de extremada pobreza y otras vergonzosas miserias que desembocarían en la guerra civil española, sin mayúscula, porque si ninguna guerra merece este honor, aquella menos todavía.

En la madrugada del 18 de agosto de 1936, dos meses después del Golpe de Estado que dio lugar a la maldita guerra, en el camino granadino que va de Víznar a Alfacar, la Guardia Civil no fusiló a Federico García Lorca, fusiló a la cultura, a la inteligencia, a la libertad y a las letras españolas que perdieron a uno de sus mejores poetas cuando más canciones, versos y obras de teatro tenía que escribir.

Hace unos días se cumplieron 120 años del nacimiento de García Lorca y en unas semanas se cumplirán 82 de su muerte y tal fue el miedo que de sus derechos renglones tenían sus asesinos (los que integraron el pelotón de fusilamiento y los que ordenaron la ejecución con urgencia), que el mejor de los poetas españoles, el más grande entre los grandes, nuestro poeta universal, ni siquiera cuenta con una tumba sobre la que en cada uno de sus dos aniversarios (el de su nacimiento y el de su muerte) puedan dejarle la gratitud, el respeto y la admiración una rosa de reconocimiento en nombre de sus mujeres: las 5 hijas de doña Bernarda Alba, Yerma, Mariana Pineda, "la" zapatera prodigiosa, doña Rosita la soltera?pero año tras año, para que nunca se vuelva a repetir tan terrible injusticia, las lunas de junio y agosto siguen cantando por la bóveda del cielo que aquellos enemigos de los seres humanos pudieron dejar con unas balas su pluma sin mano y sus cuadernos en blanco pero jamás podrán callar la voz de sus versos ávida de gritar para despertar conciencias dormidas con ruegos tan hermosos como éste:

Despedida

Si muero,
dejad el balcón abierto.
El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo).
El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento).
¡Si muero,
dejad el balcón abierto!
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