OPINIóN
Actualizado 18/06/2018
Rubén Martín Vaquero

La toma del poder fue rápida y en menos de cuarenta y ocho horas los sublevados controlaron por completo capital y provincia. Inmediatamente se formaron milicias con miembros de Falange, Acción Popular y Bloque Agrario, que a lo largo de las semanas siguientes salieron hacia el frente en la sierra de Guadarrama. Paralelamente las milicias se ocuparon de la represión en Salamanca, dando comienzo una violencia sistemática, organizada y centralizada en la capital, que alcanzó a los que se habían opuesto al golpe militar; a los afiliados, simpatizantes o votantes de partidos del Frente Popular; a los miembros de la Casa del Pueblo; a los sindicalistas; a los que habían participado en las expropiaciones y ocupaciones de fincas; a los maestros? El terror se adueñó de los ciudadanos porque podían ser detenidos arbitrariamente y asesinados en una cuneta, o en un camino, o en una de las innumerables sacas de presos, o sometidos a un juicio militar que acababa en una larga condena o en un pelotón de ejecución. En el mejor de los casos se terminaba con una multa y el embargo de los bienes. Los primeros asesinados fueron el alcalde Casto Prieto, el diputado del PSOE Andrés y Manso, el concejal del mismo partido Casimiro Paredes Mier y el líder del Partido Comunista, Luis Campo. Al alcalde y a Manso los sacaron de la cárcel unos falangistas de Valladolid con la excusa de que iban a llevarlos a esa ciudad, y los mataron en una cuneta en el término de La Orbada el 28 de julio. Unos meses más tarde allí fue asesinado el pastor protestante Atilano Coco, maestro, de filiación política republicana-socialista y sostén de la logia masónica "Helmántica". A otros masones, como Antolín Núñez, presidente de la Diputación, se les condonó la pena capital por treinta años de reclusión.

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