OPINIóN
Actualizado 05/06/2018
Toño Blázquez

Álvaro de la Calle es un matador de toros salmantino, torea muy poco, casi nada. Pero es un torero veterano, con el oficio en vena y con una trayectoria trastocada fundamentalmente por la falta de continuidad en el ejercicio de la profesión. Se agarra al clavo ardiendo de vestirse de torero "paná", de sobresaliente, para arañar al menos, como Dios manda, unos pocos ingresos de esta profesión tan generosa con unos como cruel para otros. Pero los artistas del toreo conviven con ambas, como se convive amigablemente con una enfermedad crónica.

Y después de torear en el campo vacas y vacas y de mendigar por favor un quite donde el foco de las gentes está en otras luces, un Festival rural le llueve sangre en una pierna y le hace protagonista de ley cuando hubiera pasado medio desapercibido en dos líneas de un periódico y en el silencio de la mayoría. Pero, ¡ay la sangre!, cuando la sangre brota de los toreros caídos entonces la Fiesta es más noticia que nunca, en la prensa, en las televisiones. Hasta entonces no. La sangre que desgarran las astas manda. Y ahora Álvaro de la Calle, un torero con más horas "de espera" que el Puente Romano, es noticia por la sangre. Es lo que decía aquel apoderado, creo que era "El Pipo": "que hablen, que hablen de uno, aunque sea mal". Lo peor es la indiferencia.

Y en esa terrible indiferencia lleva viviendo años Álvaro de la Calle, el torero que cortó una oreja de ley a un toro de Miura la única vez que en los últimos años ésta legendaria divida lidió en La Glorieta.

Y ahora, en un pueblo, un novillo tiene que pegarle tres cornadas en una pierna para que nos acordemos de que él sigue en la lucha, que vive por y para el toro, que está preparado y que quiere demostrar cómo es de válido su toreo antes de la sangre.

Pero si tiene que brotar la sangre, que lo haga. Con sangre?pero que hablen.

Cúrate pronto torero.

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