OPINIóN
Actualizado 01/06/2018
Alfredo Pérez Alencart

Me complace difundir tres poemas escritos en Italia por Ilia Galán. Este burgalés del mundo estuvo por Salamanca, entre otras ocasiones, invitado para participar en el XVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado en octubre de 2014.

Galán (Miranda de Ebro, Burgos, 1966), es profesor Titular de Estética y Teoría del Arte en la Universidad Carlos III de Madrid y profesor invitado en las universidades de Oxford, Harvard, la Sorbona, New York University, etc. Columnista habitual en El País, y otros periódicos. Entre sus libros, editados en varios idiomas, destacan las novelas: Tequila sin trabajo (2000); Tiempos ariscos para un extranjero (2001) y Todo (2004); los poemarios: Tempestad, amanece (1991); Arderá el hielo (2002); Amanece (2005); Ars Sacra (2011) y Umbria al sol (2013); de su poesía se han editado cuatro antologías, siendo la última Transgótico fulgor' (Sapere aude, Asturias, 2015, pp. 294. En teatro ha editado: Después del Caos (2011); Teatro en el templo de Salomón (2013) y Pintar el Crimen de los símbolos (2014).

Galán semejando a Proteo Glauco

Perugia, 22 de noviembre de 2005

Viento helado me corta la palabra

desde las montañas nevadas.

Los bosques se agazapan arrojando lejos

sus hojas ya muchas veces escritas.

El monasterio de Mendiluce ora por nosotros entre cipreses y pinos

con el antiguo amor de San Francisco.

La naturaleza es dura ahora, pero rodea mi ciudad

con el antiguo amor de San Francisco

y las construcciones maestras de la antigüedad

se funden con ella entre las nubes,

las torres de la iglesia, las cúpulas abiertas al último rayo

de sol.

Con el antiguo amor de San Francisco.

De las ventanas góticas en el Palacio de los Priores no salen cantos

ahora

pero unas flores de piedra labrada acogen a la paloma

mientras las campanas de la catedral

que mil esfuerzos de aprendiz construyeron

resuenan en la ciudad cantando la música de los astros

henchida de misterios.

Estoy en la terraza como un maestro,

solo, aguardando el encuentro con los compañeros,

el cielo deja salir al sol y una hoja amarilla

pasa por encima corriendo con su mensaje incierto.

Los tejados musgosos se derraman a mi alrededor

dejando las aguas de unos sobre los otros.

Esta ciudad de terremotos continúa creciendo

y elevando hacia lo alto sus monumentos.

Por eso te sigo escribiendo, sol de mis días,

aunque te dé la espalda, porque hacia ti siempre

anhelamos arrojar los pasos

incluso cuando más intenso es el frío

y la pluma seca su sangre entre mis dedos congelados.

Perugia, sobre la ciudad, desde la terraza del hotel Fortuna,

habitación 502, uno de febrero de 2007

Palomas de paz y cuervos que sonríen a lo siniestro

vuelan en torno a mi atalaya,

pero ya no hay terremotos

que infundan descolorido negro.

Detrás de mí, un sol impregna el día

y la ciudad más bella del mundo

se deja mirar, desnuda, ante la más voluptuosa

mirada de mis ojos de mármol verde y azul,

pues sabe que amo.

Las montañas y bosques circundantes

guardan a los frailes de San Francisco

donde siembran sus oraciones

en los monasterios cercanos.

Crecen las hierbas en el duro

invierno que dará flores y frutos

pese al infierno y

tú, amor, estás cada vez más cerca;

el tiempo se estrecha estrangulado

por nuestras despellejadas manos

y el pájaro de hierro aguarda

tu llegada para cruzar mares y

los países más habitados por los sueños.

La esperanza mezcla tus recuerdos

con flechas de imaginación que se clavan

ora en mi pecho, ora en el tuyo,

ahora que te devoro la sombra

a besos en una hora en que otros laboran

mientras Amor me exprime los versos

en un cuenco.

Ancestrales leyendas fluyen en torno

a estos tejados de lujuriosa belleza

y sólo tu cercanía esperan

para sentir la plenitud de otro Renacimiento.

Las campanas de un cercano templo

se confunden con la música de un mendigo,

vagabundo,

caen las horas en las húmedas callejas

de otra ciudad eterna, como olas

que inundan con tu sonrisa

una mirada amorosa que nos fecunda

los símbolos diseminados

en los rincones de la historia.

Amor mío, te espero, te olfateo

en el viento del futuro

y mi boca de lobo se hace agua

suspirando por el beso.

Te vislumbro ya viniendo

y, esperándote, esperar ya no puedo.

Galán con el Orco, en Bomarzo (2013)

Aeropuerto de San Egidio, Umbria, 2 de febrero de 2007

El ave vuela por el tiempo

devorando los minutos

que a mí, lentos, se me atragantan

destrozándome el vientre:

pequeñas dosis de veneno.

Espero y el corazón bombea

al cuerpo entero el hálito de la eternidad.

Sopla divina la fuerza de Amor

que recorre cada rincón de mi caverna,

río de anhelos, torrente del tierno deseo,

mar de esperanza que fluye o

reposa por mis venas...

Te acercas, Amor, encarnado en un rostro

que reclama con ojos empapados de cariño

mil y un besos a cada instante.

Te acercas y temo el momento

porque todavía hemos de viajar

mucho uno dentro del otro.

Te acercas y las ideas, las costumbres,

los sentimientos tiemblan

en una sala de espera, reclamando

el encuentro y la construcción común

de nuevos cimientos.

Se eleva poco a poco el edificio

de nuestras ilusiones.

La fantasía se transforma

en fuertes columnas de piedra,

capiteles, muros, ventanas y puertas.

Abro unas y otras para

que tus alas hallen los caminos

del aire que trazaron los símbolos

del ósculo

y espero que te poses

en mi alma como yo en la tuya,

fecundados por la Paloma del Sol,

en un espíritu infinito

donde nuestra morada crece,

se levanta y se alza

al más alto cielo de los cielos.

Ilia Galán leyendo sus poemas en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)

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