Primero se acercó a un espacio amplio, oteó alrededor, le gustó el sitio, y posó el pie. Tiempo después (no hay que olvidar que la Plaza es un gigante de piedra, difícil de mover) acercó el otro pie. Esperó expectante un tiempo con desazón. Como le gustaba lo que veía, decidió quedarse. La Plaza se sentó un día en medio de Salamanca. Desde entonces, no se ha vuelto a mover de allí. Estuvo, obediente, a las órdenes de Churriguera, volviéndose proporcionada y recatada, recogiéndose en su timidez.
Como un gran gigante de casi cien ojos ve desfilar la vida de la ciudad, observando la algarabía que la llena de esplendor. La población que la habita varía con las campanadas de su corazón. Trabajadores madrugadores respetan su sueño. Con olor a café se despereza temprano, mientras engulle hambrienta unas tostadas en calmada conversación. Poco después, los ruidos del reparto la abordan a traición. Carpetas, libros y tabletas van a paso ligero con su imparable reloj. Trajes de chaqueta con las noticias dobladas bajo el brazo desfilan por los soportales mientras ella se sacude el polvo del día anterior. El clero también la pasea. Los comercios, vigilados por ella, abren sus puertas. Al rato, junto al olor a vino corcho y tapas, se asientan tertulias diversas, de ganado y toro, de grana y oro, de encina y dehesa, de usos, costumbres, libros y pellas, pactos y nuevas, tratos y engaños, amores, famosos, luces y velas?
Crece en dicha durante el día con los rayos de sol. Sus pies de granito calzan, con la lluvia, zapatos de charol. Se cubre con un manto de niebla y solo se intuye, con apenas un reflejo de luz o dos que desdibujan sus contornos. Y entonces, la Plaza se difumina, como un cuadro impresionista en el que hay manchones deslavazados que te acompañan y envuelven alrededor. También la Plaza llora cuando tu vida es triste, y se viste de luto si de luto vistes. A veces la Plaza implora, con cara de pena, limosna con voz plañidera. Al poco, se viste de risas celebrando solterías o cumpleaños en cualquier rincón.
Atardece adormecida, se dora y se engalana: Zarcillos de plata, peineta de fiesta arriba en lo alto con la Mariseca.
Disfruta la penumbra que le da la noche y los sones a ritmo de luna? Pero no se perturba?Sabe que se ilumina y hace brillar su belleza. Despampanante como una gran diva espera el suspiro que da energía a sus venas cuando todo el mundo exclama ante el despliegue de las estrellas que estallan en sus pupilas? y entonces, trasnocha como nadie, disfruta como nadie, se divierte como nadie?y se siente feliz.
Paseó las manos en la espalda de Unamuno, que permanece impávido muy cerca de allí. Alberga en su regazo a Torrente Ballester. Desde arriba, se estira en escorzo y suena un chasquido, vigila de reojo a Carmen Martín Gaite, que sigue enfundada en su boina y con su libro abierto mirando los visillos entre los que escribió. Se asoma sobre El Corrillo a las torres de la Clerecía y la Purísima, y vigila cada año el ascenso del Mariquelo a la torre de la Catedral Nueva.
Las entrañas le suenan a gominola y campanada, Graduaciones y Gaudeamus, a Tuna y conciertos, a clásica y rock. Y a dulzaina y tamboril, al baile de las cintas, a bordado y mostarcillos, a pololos y mantón. Plaza de burbujas, paseo, fotos, exposiciones y ferias, Plaza de tebeos y de noviazgos, de selfies en pareja y en grupo, esperas y encuentros bajo el reloj. Espacio popular, público y lúdico, de reivindicaciones sociales, lugar de estancia y de paso. Multicultural y multilingüe, experta en largas conversaciones y en el idioma de los gestos y las palabras solitarias que ayudan a hacerse entender y a aprender un idioma común.
Plaza Mayor de Europa, de reyes, santos, descubridores y sabios. De Admirable Armonía, la Plaza embelesa, acoge, recoge, hace eco, traspasa, resuena, enamora, cautiva, y siempre es centro de la actividad social. Armónicamente barroca, equilibrada y bella. Sala de estar de una Ciudad Europea de la Cultura, Patrimonio de la Humanidad, de la que es referente. La Plaza se sentó un día?