OPINIóN
Actualizado 21/05/2018
Antonio Matilla

Con respecto al asunto del independentismo catalán estoy en período de reflexión. Hay muchas cosas que no entiendo. Algún amigo catalán tengo que, hace años me decía que yo, sobre la realidad catalana, no puedo opinar, porque los que no somos catalanes vemos las cosas con prejuicios. Mi sustrato racional me impide estar de acuerdo con esa opinión de mi amigo, pues me interesa él y más me interesa mi familia catalana y tonto no soy, de modo que algo debo poder decir.

Pero no quiero hablar por hablar, ni repetir mantras prestados, sino formarme mi propio juicio. Por eso he decidido ir a una librería de confianza y pedir un ejemplar del último libro escrito por el actual presidente de la Generalidad, que debe ser el décimo de la saga histórica, aunque él dice que es el ciento y pico. Hasta que no tenga el libro en mis manos y lo lea, no voy a emitir juicio. O al menos, no mucho.

Para no traicionarme a mí mismo, debo ser consciente de mis propias dudas y de los prejuicios con los que voy a afrontar esa lectura. Y así, antes de entrar en el análisis de los contenidos (si tienen derecho a decidir, si Cataluña tiene sentido independiente de España, si los no catalanes podemos o debemos decir algo sobre el porvenir de Cataluña y sobre el futuro de España) no puedo por menos de constatar un hecho que suscita una pregunta: hay un número importante de catalanes, en torno al cincuenta por ciento, que quiere independizarse. De momento, provisionalmente, no sé si esa idea, sustentada por unos sentimientos de amor a lo propio y, tal vez, odio o mero desprecio a lo que consideran ajeno, aunque les sea muy propio, tiene fundamentos históricos, culturales, económicos y políticos o es mero voluntarismo postmoderno, cabezonería enrauxada, perdón, rabiosa. Lo que sí sé, o me parece intuir, es que muchas buenas cabezas se han puesto al servicio de ese sentimiento y de ese plan de acción separatistas. Al servicio del separatismo ha habido y hay buenos economistas, historiadores de fama, juristas, expertos en mercadotecnia, comunicadores, creadores de contenidos culturales, pedagogos, muchos y buenos pedagogos desde hace muchos lustros, estrategas políticos a muy largo plazo y un tejido social muy fuerte, un asociacionismo entrenado y bien engrasado a favor de la causa.

En este asunto de la independencia o de la españolidad de Cataluña y de la catalanidad de España, hay que distinguir el qué y el cómo. La batalla cultural de fondo hay que darla en el qué, en el qué es ser ciudadano del mundo, europeo, español y catalán. Lo que me tiene perplejo, de momento, es la potencia del cómo, de cómo la trama separatista, paso a paso, conciencia a conciencia, sentimiento a sentimiento, grupo a grupo, ha llegado a adquirir la fuerza que tiene ahora. No sé si estamos ante una crisis de identidad tan fuerte como la que se vivió en el llamado "mal del siglo", a finales del XIX, pero no debemos despreciar la importancia de esta batalla cultural y política. Nos jugamos la paz, el bienestar y el futuro. El riesgo de violencia es grande.

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