OPINIóN
Actualizado 21/05/2018
Rubén Martín Vaquero

Hasta la Restauración los obreros se limitaron a la industria textil catalana. Eso explica que la primera gran huelga se produjese en Cataluña en 1855. A finales del siglo aparecieron importantes colectivos proletarios en Asturias, Vascongadas y Madrid. La toma de conciencia de los obreros como grupo social oprimido fue un proceso lento aunque irreversible. Sus remotos antecedentes se encuentran en la bruma de los motines de subsistencia porque en España hubo una corriente socialista utópica alumbrada por el pensamiento de Charles Fourier. Estos primeros socialistas de estricta moral, criticaron el capitalismo, la industrialización y el liberalismo. Enemigos de las grandes ciudades y de sus oscuros ecos, defendieron una sociedad más justa basada en un cooperativismo que distribuyese mejor la riqueza y desterrase el engaño. Otro precursor fue Sixto Cámara que en 1840 escribió "La Cuestión Social", confiando que los trabajadores se percatarían de su doliente situación y de su cetrino porvenir. Influidos por estas ideas, los obreros organizaron sociedades de ayuda mutua, o cajas clandestinas de resistencia, o agrupaciones corales con el objetivo de burlar las prohibiciones y prestar ayuda a sus asociados en caso de necesidad. En 1839 las autoridades legalizaron las sociedades de ayuda mutua pero, a los pocos años, las declararon ilegales de nuevo, con lo que retornaron a las catacumbas de la clandestinidad. Antes del Sexenio revolucionario (1868-74) el proletariado catalán ya había creado mutualidades, cooperativas, centros culturales y periódicos. Debido al malestar de los derrengados obreros y de sus familias, fueron moneda corriente los disturbios, algaradas y huelgas obreras espontáneas que contribuyeron a abrir aún más la fractura social entre ricos y pobres, entre burgueses y proletarios. La esperanza se animó cuando en el año 1864 se reunió en Londres la Iª Internacional de Trabajadores[2] ?AIT- con representantes obreros de todos los países desarrollados. España no tuvo delegación propia, aunque asistieron algunos españoles a título personal. Unidad de los trabajadores y división entre sus representantes, porque pocos años después comenzó una hostil dialéctica con el enfrentamiento entre el autoritarismo de Karl Marx y la línea federativa y antiautoritaria de Mijail Bakunin[4]. Como resultado de la amarga ruptura llegaron a España por separado las dos ideologías y cada una se extendió por unos territorios concretos.


Socialista utópico francés (1772-1837). Fue el creador de los falansterios o unidades de producción y consumo cooperativas alejadas del capitalismo, del urbanismo y de la industrialización.

[2] Su finalidad fue despertar en el proletariado la conciencia de clase oprimida y conseguir su unión y solidaridad para defender sus intereses y alcanzar el poder político.

Entendía La Internacional como el órgano director de las organizaciones obreras nacionales que debía recomendar la toma del poder político.

[4] Para él la Internacional sólo era un órgano de coordinación de las organizaciones obreras nacionales, que debía rechazar todo poder político por su intrínseco carácter corruptor.

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