El pasado jueves diez de mayo, en un viaje por los Países Bajos, visitábamos la ciudad belga de Amberes. Como otras ciudades de tal área geográfica europea, en su urbanismo, configurado en los tiempos medievales y, sobre todo, en los modernos, siempre hay, en el centro histórico, edificios monumentales, en su mayor parte muy hermosos (de trazas del gótico tardío, con elementos, a veces, renacentistas), de un triple uso y procedencia.
Por una parte, está la catedral, colegiata o iglesia principal ?según la ciudad de que se trate; en el caso de Amberes, la catedral de Nuestra Señora?, que representa el poder religioso; por otra, el edificio municipal o ayuntamiento, que da cuenta del político; y, por fin, una serie de casas alineadas, que son sedes de distintos gremios laborales, que nos hablan de ese incipiente poder económico, que dará lugar a la burguesía. Es muy hermoso el centro histórico de Amberes, con estos tres tipos de edificios, los dos últimos en la llamada 'Grote Markt' o Plaza Mayor.
La airosa y esbeltísima torre de la catedral de Amberes está declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, desde 1999, dentro de un conjunto de 56 torres de campanarios municipales de Bélgica y Holanda.
En el momento de nuestra llegada, a media mañana del jueves indicado, comenzaron a tocar las campanas, de modo muy acompasado y majestuoso. Y enseguida pensamos que allí donde tocan las campanas se encuentra viva la huella del catolicismo. Era, claro, Jueves de la Ascensión, día festivo en toda Bélgica.
Pero enseguida acudió a nuestra memoria otro hecho vinculado con Amberes y con nuestra gran literatura española. Como es bien sabido, la huella española en todos los países bajos ?pese a que fuera históricamente tan polémica y controvertible? es incuestionable y nos la hemos ido encontrando estos pasados días de modo muy sutil.
Amberes, en los tiempos modernos, fue un centro impresor de capital importancia. Cuántos libros españoles y en español se habrán impreso en Amberes. Acudieron a nuestra mente enseguida dos de ellos, decisivos en nuestra literatura de los llamados Siglos de Oro.
Uno de ellos es el 'Cancionero de Romances en que están recopilados la mayor parte de los Romances Castellanos que fasta agora se han compuesto', conocido de modo abreviado como 'Cancionero de Romances', impreso por Martín Nucio, en Amberes, hacia 1548, y reimpreso por el mismo impresor y en la misma ciudad en 1550. ¡Publicación en la que por primera vez se imprimen en forma de libros nuestros romances viejos!
Y el otro es el del 'Lazarillo de Tormes', nuestra anónima y genial novela picaresca ?tan vinculada con Salamanca por su asunto, en el arranque de la obra?, una de las cumbres de nuestra narrativa de todos los tiempos. Pues bien, en 1554, aparecería impresa en tres (hoy sabemos que cuatro, pues hay que sumar la de Medina del Campo de aquella misma fecha) ciudades: Burgos, Alcalá de Henares y Amberes. La edición de Amberes, también estampada en casa de Martín Nucio, un impresor con el que nuestra literatura y nuestra cultura tienen contraída una gran deuda.
El fulgor de nuestra lengua, de nuestra mejor literatura clásica le debe mucho a las imprentas de Amberes. Eso sentíamos cuando recorríamos el urbanismo de esta ciudad. Era algo que nos causaba emoción y gratitud a un tiempo.
El recorrido por esta ciudad despertó nuestra memoria. Y a ella acudieron enseguida nada menos que el romancero viejo y el 'Lazarillo de Tormes', dos conjuntos literarios que constituyen un legado muy valioso que nuestros niños, adolescentes y jóvenes tendrían que conocer, que leer y que valorar. Para que siga encendida la llama.