El grupo 'Lazarillo de Tormes' se desplazaba ayer sábado hasta Oropesa de Toledo para representar 'Teresa, la jardinera de la luz'
Un magnífico castillo aparece en medio de la llanura toledana como bastión de un precioso pueblo que ha ido creciendo con las historias y veleidades que el correr de los siglos le ha regalado. Desde lo alto de la fortificación podemos contemplar la Sierra de Gredos de donde bajan miles de ríos, corrientes de agua y arroyuelos que van a fundirse con el Tajo que desde la otra vertiente les espera. La primera estructura romana del castillo con sus fuertes y redondeadas torres, se vio ampliada siglos después por manos musulmanas que añadirían otra disposición de patio cuadrangular y torres en su misma línea. Todo esto alberga ahora un Parador en el que poder soñar que estamos viviendo la época del medioevo, con la fortuna de que en su patio de armas, actualmente disfrutamos de un sinfín de acontecimientos culturales que su localidad prepara para propios y extraños. Porque Oropesa guarda hasta en su nombre la perfecta unión entre leyenda e historia.
En el escudo de la localidad destaca una doncella que sujeta una balanza. Se dice que secuestrada por musulmanes se tuvo que pagar su peso en oro para rescatarla. Por supuesto hay más teorías toponímicas en torno al nombre de Oropesa, y seguramente más acertadas, pero el poder de los relatos convertidos en patrimonio de sus gentes cobran gran fuerza específica, y la capacidad de ser difundidas. Por las calles de este pueblo se pasearon los actores del grupo teatral 'Lazarillo de Tormes', que una vez más salieron de las fronteras de su provincia salmantina, por la que auspiciados por la Diputación de la capital, llevan sin descanso el montaje Teresa, la jardinera de la luz por todos los pueblos que así lo han solicitado. La figura, eje central de su obra posee también el valor y lustre del metal precioso con el que se liberó a la doncella oropesana. Pues Teresa de Jesús fue una mujer con tal personalidad, carisma y valentía que brilló con luz propia en el siglo que habitara, el XVI, en el que también se convirtió en adalid liberador de los secuestrados de su sociedad, por la ambición y poder que siempre ejercen los que coartan la libertad ajena.
Huellas romanas, musulmanas, de realeza cristiana durante la Reconquista, renacentistas, barrocas..., conforman las callejuelas llenas de lo mejor que por este pueblo pasó. Curiosamente, durante la época de los Reyes Católicos, se aunaron las Casas de Oropesa y Alba en la familia de los Álvarez de Toledo y Figueroa que tanta admiración sintieran por la carmelita. Y ahora ella llega a Oropesa gracias a Teresa, la jardinera de la luz para presentarse en toda su integridad humana, intelectual, espiritual, fiel a una verdad y realidad, que bajándola de las lejanas alturas en las que se la había situado, empieza a adquirir un sutil reflejo de leyenda forjada por sus propios logros, por el descubrimiento de lo que realmente fue.
El reloj de la torre situada en la Plaza del Navarro, centro neurálgico del pueblo, lanza hacia el cielo desde el apuntado arco en el que está, ocho sonidos metálicos de una tarde de mayo. Son como los rítmicos ecos que hacen honor a la comarca en la que su localidad se encuentra, la Campana de Oropesa. Entonces se abren las puertas de el antiguo convento de las madres Concepcionistas, que tantas mujeres acogieron y formaron, para dar paso a unas monjas carmelitas que llegan apuradas después de un largo viaje, para asistir a su madre agonizante. No importa la maravilla renacentista que es el claustro cubierto de este edificio que desde el siglo XVI es uno de los orgullos artísticos de Oropesa; el público que espera expectante a que Teresa, la jardinera de la luz empiece, se siente repentinamente transportado a Alba de Tormes, en donde se sitúa la acción. Los descendientes de sus primeros condes Álvarez de Toledo, solicitan a menudo ayuda de Teresa, y ahora ella sólo la quiere de sus hermanas. Un improvisado altar presidido por el Cristo de san Francisco, es el escenario donde gracias al guión de Denis Rafter, hijo adoptivo de esta localidad tan devota del teatro, se descubre que Teresa fue tan real y humana, que el mismo rey Felipe II la tuvo por amiga, y que confiaba en ella tanto como en el Beato Alonso de Orozco, su confesor, nativo de Oropesa. Y el público en pie aplaude la obra de una mujer que dentro de otra obra, singular como ella, se acerca a nuestro mundo con los personajes del suyo, pero que nos pertenecen a todos.
Sólo una localidad como Oropesa que tanto vive y disfruta el fenómeno teatral, puede volcarse como lo hizo con este grupo de actores aficionados, que con la misma agilidad que contaron la vida de Teresa, montaron el escenario pertinente, y lo volvieron a desmontar con la ayuda entregada de unos vecinos a los que todavía les costaba olvidar la furia interpretativa del padre inquisidor, o el coraje de unas monjas con tales visos de actualidad, que parecían seguir inmersas en las actrices que las representaran. Caía la noche cuando un autobús se alejaba dejando tras de sí la estela de las notas de un órgano que envolvió aquel claustro con la música del maestro Salinas.