Alfredo Pérez Alencart y su madre, Rosa Alencart, en el Aeropuerto de Maldonado (Perú, 2008)
Todos los días de la existencia son el Día de la Madre. No mañana ni ayer: todos?
Allá por 2002 publiqué en Salamanca mi libro Madre Selva. Dentro acopié un poema dedicado a mi madre, Rosa Alencart, hija de brasileño y peruana. Por entonces decía, y sigo diciendo, que las bendiciones más hermosas surgen de los labios de una madre. Y es que por entonces recordaba, en medio de esta pétrea Salamanca, el día que me despedí de ella para cruzar el Atlántico. Años después, al final del poema, invocaba: "¡Deja, océano, que me llegue al menos/ la música de sus labios!".
Todos los días de la existencia son el Día de la Madre, al menos para mí. En el verano de 1994, un 13 de agosto, asistí al parto del ser que es mi unigénito. Dicha mañana, ya en la habitación del Hospital de la Santísima Trinidad, caí rendido tras toda la madrugada acompañando a Jacqueline en el dolor de sus contracciones. Las enfermeras entraban a la habitación y se reían de mí, echado en la cama, diciendo: "Miren a este, parece que tuvo el parto". Jacqueline Alencar también sonreía, sentada en una silla, contemplando a esa criatura que la había convertido en Madre. Era su primer día de Madre, si es que no contamos los nueve meses anteriores. Entre sueño y sueño, atiné a tomar esta fotografía. El poema permanecía inédito hasta hoy.
Jacqueline y José Alfredo (13-8-1994)
PRIMER DÍA DE MADRE
(Jacqueline)
En verdad,
en verdad deseo
que nunca se borre
momento tan dichoso,
viéndote acariciar
a la encarnación
de nuestro Amor.
Yo no invento
lo que miro:
ahí estás
con tu criatura,
más allá de cualquier
agosto.
Tú, colmada de
primicias, posees
la contraseña de este
milagro.
En 2012, cuando cumplí cincuenta años, y viendo esta fotografía, escribí el texto que va como pie de foto. Fotografía y texto se publicaron en el libro 'Arca de los Afectos', aparecido dicho año por gestión de la poeta Verónica Amat.
Madre e hijo en la Avenida León Velarde (Maldonado, 1964)
MADRE
Madre mía de los pasos primeros,
de aquellos días guardados dentro.
Me nutre tu amor, caliente todavía.
Memorial de Tierraverde es un libro mío publicado en Lima el año 2014, gracias a mi buen amigo y editor Aldo Gutiérrez. Allí aparecieron un largo 'Díptico para la mujer amada', de donde extraigo estos versos. También el poema siguiente, dedicado a mi madre.
Jacqueline y José Alfredo, ya en nuestra casa a orillas del Tormes (Tejares, 14-8-1994)
¡TODO NOS AMPARA, ESPOSA DE MI ATARDECER!
(?)
¿Qué nos sigue sino el unigénito y la luz
primera? El hijo, sí, derivado de sangres
que por la Amazonía se asentaron. La luz,
sí, barajando sus haces, convidándonoslos.
¡Todo nos ampara, esposa de mi atardecer!
Alfredo y su Madre, en Puerto Maldonado (1964)
MADRE
No ha de guardarse más el salmo infinito
que despierta para ir junto al corazón
de la madre dadora del puro amor
que nunca desfallece.
Oh vivientes cuidados de la infancia
y de todos los entretantos de la existencia.
Aprisa este niño ya no visible
se uniforma como cuando iba a la escuela,
seguro de ancestrales afectos.
Nada amargo se remueve en mi memoria
y sí un inventario de alabanzas
confirmando sus nutrientes.
Por venas copiosas se acumula la filiación,
se incorpora a mi destierro y repite
canciones de cuna capaces de calibrar
esta madura respiración magnetizada
por miles de horas latiendo entre las piedras.
Cuando las horas totales se sumen,
deberán apilarse con las otras que son llaves
maestras en abrir mi pecho,
con las verdeantes horas de tres lustros
cazando luciérnagas bajo la atenta mirada
de la madre de esta vida entera.
Oro genuino reluce de las imágenes
que desfilan en esos pedazos del camino
lleno de soles y lluvias, de sensible
comprensión del mundo,
de desvelos protegiendo la enredadera
del llanto.
Pronto supe de la fuerza suprema del amor
al primogénito. Pronto surcó su voz en mis mañanas
de selva y calles polvorientas. Pronto
me impregnó con sus aires de dulzura.
Si a su regazo fui feliz,
como un gran bálsamo resulta su presencia
en este mediodía de mi ser. Su testimonio
de madre es oxígeno suficiente
para las más altas escaladas.
Madre mía, me coso a ti con el hilo
indestructible del amor que no se evade,
el mismo amor que a los dos
nos va sobreviviendo.
A ambas Madres, a todas las Madres:
Gracias, gracias, gracias?