Una más de esas vanas celebraciones que dedican mundialmente un día a hablar de asuntos generalmente transgredidos en su naturaleza todos los otros días, ha tenido lugar el pasado 3 de mayo con la "celebración" del Día Mundial de la Libertad de Prensa. Y los antiguamente llamados medios de comunicación, hoy ya autodenominados 'medios de información' por sus propios gestores (los meandros canallas del lenguaje), han hecho repicar todas las campanas de sus aspaventeras devociones contra las presiones, la censura o las injerencias en el desarrollo de su trabajo, sin que, como acostumbran, en esas autoproclamas de cruzados por la libertad, aparezca el menor indicio ni la más mínima nota de autocrítica, circunstancia ésta que, por repetida, ha conseguido transmitir durante décadas en ciertos desavisados sectores sociales una imagen poco menos que mesiánica, salvadora, casi mártir y con ribetes de heroicidad tanto de la labor de los medios de comunicación como de la de los periodistas.
Es cierto que el ejercicio del auténtico periodismo implica en algunos de sus aspectos, circunstancias o ámbitos (México, Afganistán, corresponsalías de guerra, narcotráfico, denuncia de la corrupción política...), unos insoportables riesgos que están costando hasta la vida a periodistas e informadores en todo el mundo, lo que convierte ese tipo de actividad informativa en cabalmente admirable por cuanto de honestidad alberga, y no serán estas líneas las que hurten ni una alabanza al trabajo y el sacrificio de quienes lo realizan. Pero ello no justifica ni puede servir de coartada ni argumento a la deriva de podredumbre en que siguen cayendo la mayor parte de los medios de comunicación de los países llamados democráticos, que han arriado las antiguas banderas de la ecuanimidad, la veracidad y la independencia, izando sin pudor los raídos trapos del sensacionalismo, el cotilleo, la maledicencia efectista, la persecución partidista, el descrédito personal o la lucha por las audiencias. Un total descenso a la simplonería. Un descenso que incluye también la transmutación de periodistas en charlatanes, de investigadores de noticias en hurgadores en la miseria ajena, de buscadores de lo estimable informativamente en vendedores de lo mercantilmente rentable, de redactores en voceros, de columnistas en cortesanos, de analistas en buscadores de titulares o de entrevistadores en acosadores y examinadores, con muy pocas excepciones.
La prensa, en todas sus formas y modos, debido a los avances tecnológicos y la relativa facilidad de las posibilidades de difusión, está actualmente nutrida, además de por las clásicas publicaciones de diarios y revistas en papel, por los cada vez más abundantes diarios digitales y publicaciones en Internet, además de por una enorme cantidad de emisoras y canales de radio y televisión. Esta realidad, que debería conllevar lógicamente el aumento de las posibilidades de información y contraste, además de que habría de contribuir, como elemento capital de la convivencia democrática al crecimiento y maduración de una sociedad sana y formada, ha devenido sin embargo en una especie de competición sensacionalista de bajo fuste, una interminable y vergonzosa batalla ideológico-partidista en los medios, una manipulación rastrera y descarada de la información y del modo de presentarla, una cocina de inventar y un comedor de deglutir porquería, cuando no una uniformidad temática tan pobre como empobrecedora, sin hablar de la escalofriante mediocridad en los vehículos de su transmisión (utilización del lenguaje, nivel cultural, elegancia y hasta respeto a la audiencia).
La persecución de la excelencia informativa o el respeto de los principios propios de la ética y la deontología profesional, objetivos que los ampulosos comunicados del Día Mundial de la Libertad de Prensa proclaman como norte del periodismo, ni casan ni tienen nada que ver con el comportamiento real de una prensa hecha a la medida de la necedad y a escala del interés, sumida en dinámicas de competencia pueril con productos seudoinformativos destinados a alimentar las bocas abiertas de la puerilidad de audiencias deseducadas... por esa misma prensa.
Si esa "prensa", en la celebración de su Día Mundial, con un intolerable gregarismo que merecería analizarse por separado, afirma ser "pilar esencial de una sociedad democrática, transparente y comprometida con el progreso", la realidad objetiva hace que desmerezca sus propias palabras debido a la responsabilidad de la mayoría de los medios de comunicación en la creciente incultura social, desinformación, desapego por la participación democrática, manipulación política e interesado descrédito institucional. Ojalá un día esté a la altura que dice estar.