OPINIóN
Actualizado 05/05/2018
José Luis Cobreros

Todo comienzo enlaza con la terminación de un proceso. Una generación empieza su andadura, y otra vuelve por el mismo camino. Y, aunque parece que todo se repite, no es así. Incluso nuestra vida, la que muchas veces tachamos de anodina y repetitiva, lleva implícitos una sucesión de estados que la hacen distinta en cada momento. Amamos, comemos, nos desplazamos por los mismos lugares, y discutimos las mismas ideas. Pero nuestras expectativas cambian por la incidencia que el mundo exterior ejerce sobre nuestra conciencia. Puede lucir el sol en nuestro corazón, aunque sus rayos se oculten tras las nubes o, podemos soportar la tempestad más erosiva en el alma, aunque el día esté radiante y apacible. Somos elementos pensantes encerrados en la materia; almas con sed de inmortalidad que buscan su salida entre las cosas. La condición humana, nos convierte en dioses de barro que no encuentran su lugar sobre la materia que los acoge. Quizá porque nuestro medio de realización está proyectado para una realidad que hoy desconocemos.

M. Lamas (del libro Verbo y Barro)

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