Las palabras poseen matices que ayudan a definir mejor la realidad - ¿o es la realidad la que genera las palabras? - Son producto de una arquitectura milenaria articulada a través de experiencias muy variadas que, a su vez, incorporan en su seno las respuestas con sus consiguientes dosis de éxito o descalabro. Las palabras constituyen un ejército muy numeroso de palomas mensajeras que pareciera que moran en un palomar sin gobierno. Un nido encastillado donde se entrecruza el ir y venir, en el que un falso albur es aparente responsable del (des)orden. Hay disciplinas que se ocupan de ello con fruición, como la lingüística, la filología o la semiótica, usando un método de aproximación que confiere rigor científico y cierto grado de predictibilidad a su tarea. Otras, la mayoría, son subsidiarias. Se enfrentan con temor a las palabras que tienen que determinar con tino; se necesita, en aquel momento, que las que alcanzan un cierto nivel conceptual se operacionalicen haciéndose prácticas. La ciencia política es una de esas disciplinas.
Los estudios que tienen por finalidad entender la democracia, sus códigos a la hora de definir determinadas instituciones o el papel que juega en la sociedad han aumentado exponencialmente en las últimas décadas. Ha sido entonces cuando han aparecido diferentes términos aplicables a situaciones nuevas o que se definían con complejos entramados atinentes a los propios problemas abordados. Así, surgieron vinculadas al mundo de la política palabras como desconocimiento, desconfianza, desencanto o desafección. Trataban de precisar actitudes de la gente para con la política y se arrancaban al acervo del diccionario con interpretaciones precisas acopladas en torno a modelos del comportamiento político. En este caso se asociaban con patologías de la representación, tanto desde el funcionamiento de la oferta como de las actitudes y acciones de la demanda.