Ahogo voces silentes,
en el cofre de la añoranza.
Cae la noche y el aroma a recuerdos,
si, a recuerdos, se alarga,
entre candores íntimos,
y manos heladas.
Que fardo tan hermoso guardo en el alma:
la pequeña plaza, la fuente cantarina,
la lluvia pausada,
el reloj sin agujas,
los libros a la espalda,
el cabello ondeando que tu acariciabas,
del color del oro? decías? y me mirabas
la pequeña farola se desasía,
en aterciopelados matices.
¡Recuerdos, recuerdos!.
El perfume de acacias color membrillo,
sus hojas vertebradas,
quizá el futuro
¡ los dos candelabros!
pavesas irisadas,
nubes de incienso,
vigías mudas de la basílica
Eras tú la gota dulce,
que calmaba el denso tedio,
de haber perdido,
entre libros otro día,
clases que nada decían.
El profesor con gruesas lentes,
enjutas manos,
y voz desgastada,
pregunta constantemente,
?¿Me escuchan??
y el alma en silencio grita,
termine que los amores
no son hojas caídas
ni cuerdas de arpa,
son gritos del cuerpo,
pavesas de sueños que alborotan,
las ansias.
Y aquella voz abatida,
manantial de ceniza?no volvía a escucharla,
Me despistaba, recordando el jilguero
escondido entre ramas,
tan pequeño y con miedos,
y nuestras palabras ,¡tan cortas!
que uno empezaba y otro terminaba
¡El beso robado!
El mundo desaparecía
Entre la multitud
tu y yo, solos?
¡Recuerdos, recuerdos!
No deseo se diluyan
como gotas de lluvia ?
como la llama helada,
como hoja marchita,
como silencio en otoño,
¡Recuerdos, recuerdos!
Me parece asombroso admitir,
pasados lustros
que aquel amor no fue carbón de orujo,
¡ con tan pocos años!