OPINIóN
Actualizado 30/04/2018
Antonio Matilla

No me refiero al que ahora adorna la fachada principal de nuestro Ayuntamiento y que marcó la hora de los salmantinos hasta 1848 ó 1852, en que fue trasladado hasta el lugar que hoy ocupa. En época de nuevas tecnologías, en que todos tenemos hora atómica en el terminal móvil, el reloj de San Martín, o sea, el de la Plaza Mayor, sirve sobre todo para "quedar" debajo de él. Sigue siendo un reloj humanista, fiel a su tradición.

Las piedras hablan y los relojes también. ¿Y qué dicen? Pues que la Iglesia fue capitana de la I+D+I durante mucho tiempo. O, al menos, que el tópico de que la Iglesia ha sido enemiga del progreso, de la Ciencia y de la Técnica es, cuando menos, matizable. Y así, en el Siglo XIII, ya se intuía que el progreso no dependía sólo de conservar la cultura del pasado, sino de poner en relación y disputa amistosa al Derecho, la Medicina, la Lógica, la Gramática y la Música. De la relación entre sí de ese Universo de saberes y valores, en los que no estaba ausente, desde luego, la Teología, surgió la Universidad, con el apoyo de la Iglesia y de la Corona. En el Claustro de la Catedral, la más antigua de las que se conservan en España, la tercera más antigua del mundo.

Dicen en mi pueblo que lo que yo haya visto no me lo tiene que decir nadie. Y sucede que una de las cosas que vi durante mi etapa como formador y administrador del Seminario Diocesano, sito a la sazón en el antiguo Colegio de la Orden de Calatrava, fue el estado de abandono en que se encontraba la magnífica dotación del Laboratorio de Ciencias del Seminario Diocesano, donde no faltaba el último grito de la Ciencia de la época (finales del siglo XIX y principios del XX), elegidos con pasión científica y cariño episcopal, que veía claro que los sacerdotes no podían ser ajenos al progreso de los tiempos, aparatos estéticamente preciosos, elaborados en materiales nobles. Los limpiamos, sin romper nada, los colocamos oportunamente en su estante y se los enseñábamos con orgullo a los visitantes ilustres. Cuando dejé mis responsabilidades en el Seminario allí seguía todo ese tesoro, pero no sé qué habrá sido de él.

Estos aparatos relacionados con el Electromagnetismo eran muy avanzados para la época y vinieron a ocupar la punta de la Tecnología que, durante siglos, habían representado la Óptica, la Balística y, sobre todo la Relojería, uno de los conocimientos cumbre de la Ilustración.

No sé cómo eran mis antecesores párrocos en San Martín durante el siglo XIX, desconozco si cuidaban de los pobres o ellos mismos eran pobres como ratas, pero está claro que amaban la Tecnología y la ponían al servicio de la gente.

Y en esas andamos el Sr. Emilio Corona y un servidor. El Sr. Corona es un reputado relojero, que ha cuidado y reparado relojes emblemáticos de las ciudad, como el de la Plaza de Toros de La Glorieta, o ha rescatado y limpiado la maquinaria antigua del reloj de la torre de la catedral, que ahora puede contemplarse durante la visita a Ieronimus. Como dirían los de mi pueblo, anda ahora "enzazado" intentando recuperar la maquinaria del reloj que animaba la esfera de las horas de la parte alta del muro de la epístola en el interior del templo. Yo pensaba que era una pieza arqueológica más ?arqueología industrial, en este caso-, llena de mugre y polvo, pero hay que ver los milagros que obran unos centilitros de gasolina y un poco de lubricante, en la mano experta de D. Emilio. De momento, ya ha funcionado durante un ratito. Vamos a ver si, con unas mínimas reparaciones, respetando al máximo la antigüedad de la maquinaria, que debe ser del último tercio del Siglo XIX, simplemente con limpiarla bien y engrasarla convenientemente, consigue ponerlo en marcha sin retrasos ni adelantos. El tesoro escondido de San Martín sigue revelando sus secretos. Continuará?espero?

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