El tema de esta reflexión es tan simple que debería caber en pocas líneas, pero el rompecabezas de la normativa urbana y las curiosas variantes en su aplicación complican el asunto y lo hacen prácticamente inextricable (DRAE: lo que no se puede desenredar, muy intrincado y confuso).
A todos, vecinos de Salamanca, visitantes asiduos, turistas de ocasión, a todos, les parece bien, con alguna división de opiniones sobre todo por parte de vecinos, la ocupación de la calle para servicios hosteleros. Son servidumbres y acomodaciones que todos debemos hacer en bien común de todos. En este juego solidario está la buena convivencia de los vecinos y visitantes de una ciudad.
Es verdad que en algunos puntos, más bien pocos, la ocupación es casi violenta y medio invasiva con dificultades reales y no pequeñas para los peatones. Todos conocemos esos tres o cuatro puntos y debieran tener a estas alturas una solución algo más respetuosa con pasos y aceras. Cuesta comprender que policías municipales, concejales y demás servidores de la ciudad y del buen ser y bien estar de sus calles no se den cuenta del fenómeno aunque esté reducido a cuatro o cinco lugares, y se limiten a pasar sin buscar soluciones. Sin mencionar las mil y una ocupaciones de calle de todo tipo, procedencia, extensión y necesidad que se dan en las aceras de prácticamente todas nuestras calles. Es la variopinta variedad de una ciudad y de sus aceras.
Dicho esto, que no es más que introducción, necesaria por otra parte, me interesa sobre todo hablar de otras "ocupaciones de calle", de mayor importancia ciudadana y de mucho mayor interés social. La inmensa mayoría de los bloques de viviendas de una ciudad como Salamanca tiene escaleras entre el portal y la acera de la calle y en buena parte de ellas es imposible técnicamente hacer una rampa dentro del portal de la finca urbana.
Por otra parte desde hace ya no pocos años la edad media de los vecinos de Salamanca va creciendo sin cesar de forma que hay miles de personas mayores (actualmente son 8.000 los vecinos mayores de 90 años) a las que les llega el momento de su vida en que no pueden salir a la calle ni con silla de ruedas a causa de los escalones de la puerta de salida. Esta imposibilidad reviste en muchos casos matices dramáticos y de especial padecimiento para quien lo sufre. El problema está servido.
La solución, fácil y rápida prácticamente en todos los casos, vendría por hacer una rampa que salvara el desnivel entre acera y portal; es una ocupación de la vía pública por un colectivo particular, es cierto, y eso apoya la opinión desenvuelta de quien no sufre el problema, sea concejal de urbanismo, vecino de la calle o forastero que pasa. ¡La calle para los peatones!
Pero esta teoría, algo elemental y descrita aquí de forma un poco simple, cojea seriamente por todos los lados. Porque, de entrada, los ciudadanos en necesidad deben tener ventaja en sus carencias y discapacidades; porque la ciudad no es una selva sino un conjunto solidario de personas y grupos; porque hay mil y un ejemplos de ocupación de acera para los más variados fines y en mil modos y medidas diferentes; porque no hay gobernante justo que no quiera distribuir derechos y excepciones con equidad; porque en cada caso los técnicos pueden encontrar una solución a la medida del lugar; etc., etc? Me niego a seguir dando más razones, que haberlas haylas. Por todo esto, ¡la calle para los vecinos!
Y escribo esto porque me consta que hay familias y vecinos que llevan tiempo y tiempo, y creo que años incluso, solicitando a los Servicios Municipales el asesoramiento y el permiso para encontrar la mejor solución a una rampa que permita salir a la calle a vecinos dependientes o con movilidad reducida y atados a una silla, sea de mano o motorizada. Y los servicios municipales (ahora lo escribo con minúscula y con intención) o callan y/o dan largas y/o repiten la demanda de repetidos informes y/o eternizan los trámites. Como rezaba el título, todos iguales en la ciudad de todos.
¡Tan razonable, tan sencillo y? tan complicado!