El profesor Celso Almuiña, de la universidad de Valladolid, ha dicho hace poco que la fiesta de Villalar, aunque es "un hecho histórico que nos recuerda la lucha, (?), no ha terminado de cuajar como símbolo". Este catedrático de Historia contemporánea es uno de los que mejor conoce el regionalismo castellano-leonés y viene señalando hace mucho las causas de que nuestro sentimiento regional sea más bien escaso. Ahí recapitula en pocas palabras la situación.
Que Villalar recuerde una derrota militar es significativo, aunque también una constatación que no lleva muy lejos. Salvando las distancias, también el 11 de septiembre catalán y el 2 de mayo madrileño recuerdan un hecho histórico semejante: luchas populares heroicas ?y sin éxito? contra el absolutismo o el invasor y en defensa de unas libertades y una independencia soberana amenazadas. O, al menos, esa es la versión oficial preponderante de esas efemérides. Un asunto claramente condicionado por la memoria histórica de cada momento o lugar.
La historia nos trae imágenes más bien sombrías del propio Villalar y no menos deprimentes de sus primeras celebraciones en la Transición. Las cuales, a su vez, tienen que ver con el nacimiento de esta autonomía. Sin remontarnos más atrás (a la época de la II República, que reivindicó el morado comunero), recordemos que nuestro estatuto fue el último de los aprobados en España y que tuvo una gestación más bien conflictiva, fruto de las resistencias de un localismo egoísta, caciquil, de algunos representantes provinciales. Ahí estuvieron los de Burgos, Caput Castellae et Hispaniae, disputando la capitalidad a Valladolid; los de Segovia, deseando una autonomía uniprovincial que usufructuara sus "privilegiadas relaciones con Madrid ?Modesto Fraile lo dijo?; y los de León, pidiendo lo mismo como provincia (por medio estaba el cobro del canon energético).
Luego Villalar tardó décadas en ser apoyado por las fuerzas políticas aquí ordenantes y durante la época del carrusel itinerante en tiempos de Aznar y Lucas (1987-1997), cuando la celebración consistió en actos oficiales en las capitales provinciales, se habló del divorcio entre el Villalar institucional y el popular. Todavía pasaron años hasta que un presidente de la Junta, en este caso el actual, J. V. Herrera, apareciera por la campa y la celebración empezara a tener un sesgo más normalizado, menos unívoco políticamente. Entendámonos: menos monopolizado por la izquierda y la extrema izquierda y más interclasista, por así decir.
Como hemos señalado anteriormente, la memoria histórica de algo que se parezca a los valores democráticos o a los derechos humanos, por muy elemental que sea su formulación, debe integrar no solo a los comuneros, sino a generaciones de luchadores más recientes, incluyendo a los que allá por los años setenta empezaron a reunirse en Villalar. Es cada vez más difícil compartir símbolos de carácter comunitario y solidario en una sociedad donde prima el individualismo y la competitividad.
Al menos, constatamos que no se ha perdido el carácter reivindicativo y luchador de la fiesta. Este año han sido los pensionistas, trabajadores de empresas en peligro, afectados por proyectos de macrogranjas y de minerías de uranio, las plataformas en defensa de la sanidad pública? Hasta J. V. Herrera y su sucesor in pectore Fernández Mañueco se han vestido el ropaje protestón contra el gobierno de su propio partido, exigiendo atenciones e infraestructuras. Cosas veredes.