OPINIóN
Actualizado 23/04/2018
Ferenando Segovia

La banda terrorista ETA ha anunciado su disolución. No me lo creo, porque si de verdad quisiera disolverse, que lo haga y no lo anuncie. Pero el hecho es que lo ha anunciado. Por lo tanto, quiere que se sepa. Es decir, este anuncio de disolución es un acto de propaganda. Y si es un acto de propaganda, entonces es que tiene algo que ver con la verdad. ¿Y cuál es la verdad? Que los etarras quieren que su programa político continúe. ETA ha querido conseguir por la violencia unos objetivos y ha fracasado. ¿Podrá conseguirlos mediante la propaganda y la creación de un estado de opinión que lleve a una mayoría de vascos y españoles a pensar que sería bueno que el País Vasco se independice? Porque la democracia moderna se basa en la libertad de conciencia que lleva a la formación de una opinión del votante, que cuando adquiere "masa crítica", puede cambiar la realidad dada. Pero eso solo coincide con la verdad si se respetan las normas democráticas. En estos asuntos el qué, el objetivo, no puede prescindir del cómo.

El independentismo, tanto el vasco como el catalán y sus adláteres navarros, baleares o valencianos tiene sus raíces en el nacionalismo. La verdad del nacionalismo es una verdad a la vez moderna y postmoderna. Moderna, porque cree a pies juntillas en la posibilidad de cambiar la realidad dada solo por el hecho de pensar que eso puede hacerse mediante una ideología aparentemente potente como, por ejemplo, el marxismo-leninismo. Y postmoderna, porque apoyándose en los sentimientos y en la emotividad pueden alterar la razón, la ciencia y la conciencia no solo de cada ciudadano, sino de las masas.

Nunca ha existido la nación vasca. Eso es una cosa que ya constató el todavía adolescente Unamuno en su tesis doctoral defendida en 1884. Tampoco ha existido la nación catalana. Y, si nunca ha existido como tal, difícilmente pudo participar en 1714 en una Guerra de Secesión que fue en realidad una Guerra de Sucesión, es decir, la constatación de unas diferencias dinásticas que entendían de diverso modo la configuración de la Monarquía dentro del Estado español.

El nacionalismo en España es, en mi opinión, el resultado de la creación de un estado de conciencia y, por consiguiente, de opinión, que se apoya en unos sentimientos y en unas emociones compartidas. Es lo cierto que hay un buen puñado de vascos y de catalanes y de afines que llevan decenios haciendo propaganda y creyéndosela. Han hecho una labor de zapa muy efectiva que se ha apoyado en verdades, en medias verdades y en hipótesis prefabricadas, ha transformado el sano y legítimo orgullo del terruño propio en un sentimiento claramente racista y supremacista y ha generado artificialmente odio a un enemigo inexistente, es decir, ha fabricado artificialmente un enemigo que no existe. Pero este montaje propagandístico tan complejo, en mi opinión no ha sido contrastado y criticado convenientemente ni por los intelectuales de derecha ni por los de izquierda. Se trata de una auténtica batalla cultural que hay que librar con principios y medios democráticos. Y ateniéndonos al principio de eficiencia de Simone Weil, invocado por el presidente Macron en su reciente discurso a la Conferencia Episcopal francesa. No va a ser fácil porque son muchos decenios de propaganda que hay que contrarrestar.

En lo que a mí respecta, como católico, me toca reconocer que el País Vasco y Cataluña son actualmente las regiones más secularizadas de España. ¿Es porque son las regiones más ricas? Aquí viene bien parafrasear lo de aquel asesor de la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992: ¡"No es la economía, estúpido, es el nacionalismo!" ¿No habrán estado o están los católicos vascos y catalanes demasiado pegados al respectivo nacionalismo? En una sociedad plural habrá y hay de todo, pero yo esa sospecha tengo.

¡Vaya! Con tanta decepción ni me he dado cuenta de que hoy es San Villalar! ¡Feliz día de fiesta a todos los castellanoleoneses!

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