OPINIóN
Actualizado 23/04/2018
Félix López

Desde niño aprendí a observar las plantas con los comentarios que hacía mi padre, humanizándolas: "las hojas de los fresnos están tristes, no pueden soportar la sequía", "ese manzano se va a morir, mira como sufre", "los pámpanos de las parras, eso sí que es vida, casi se los ve crecer y cantar", etc.

Yo he hecho, alguna vez, un análisis de la personalidad de ciertos árboles: el almendro y los albaricoques son muy impulsivos, se dejan engañar con los primeros soles y pocas veces vemos su fruto (en Castilla), pero son tozudos, lo intentan cada año, no pierden la esperanza; las parras (las vides) son estables y sagaces, esperan a que pasen muchos días sin heladas y se estabilice el buen tiempo, no se dejan engañar, necesitan pruebas sólidas (por eso tenemos buen vino en la Ribera del Duero). Dos extremos que encontramos en las personas también. ¿Es usted más bien almendro o vid?

Pues esta es la noticia de hoy, los árboles tienen memoria, no olvidan, también pude decirse que son resilientes, algunos aguantan mucho sufrimiento. En 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, el acorazo alemán Tirpitz (gemelo del famoso Bismark), situado en fiordo noruego se ocultaba produciendo niebla artificial. Ahora se ha descubierto que los anillos en el tronco de los pinos y abedules de ese año no crecieron. Estas son dos observaciones de los científicos: "Un árbol no creció durante los nueve años siguientes. Pero sobrevivió. Me ha sorprendido mucho su resiliencia", confiesa esta investigadora". Y "Scott St. George, investigador de la Universidad de Minnesota y colaborador del estudio, comenta: "Este proyecto ayuda a evaluar el coste a lo largo del tiempo de un conflicto. Más de setenta años después, la guerra puede haber empezado a desaparecer de nuestra memoria, pero en Kåfjord los árboles todavía la recuerdan muy bien".

Aprendamos de estos hechos las consecuencias de las guerras, la polución, la basura y tantos agresores ambientales creados por los humanos, nosotros, también usted y yo en alguna medida. ¿Qué herencia ambiental dejaremos a nuestros hijos? Tendríamos que tener una ética transgeneracional y cósmica para no dejar la tierra quemada, ni esquilmar la vida.

Tampoco nuestro cuerpo olvida lo que comimos y respiramos en la infancia, ni nuestro cerebro los felices o tristes días de nuestra vida, desde el útero materno, ni muestra mente y mundo emocional los posibles traumas, los amores y desamores. Somos lo que hemos sido a lo largo de nuestra historia. Por eso es necesario, reconciliarse con nuestra biografía, reelaborar lo que pueda seguir haciéndonos daño y sea reparable (no todos los efectos son siempre reparables, como le pasa a los pinos y abedules noruegos) y ser como somos: una persona única, un yo que se sabe uno y único, con una biografía absolutamente personal, con cicatrices, si fuera el caso, pero de pié, como nuestro queridos árboles, motivados por lo que el filósofo Spinosa llamaba "conatusl": voluntad de seguir viviendo y llevar una vida buena, la aspiración universal de todo ser vivo.

Pero recordad, estimados lectores, que el poeta tenía razón: "todo pasa y todo queda"

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