? Ya se queda la sierra triste y oscura (canción tradicional)
Mi colega de columna en Salamanca al día, Santiago Bayón, terminó ayer su muy interesante serie de 17 artículos sobre la trashumancia ganadera. Quisiera expresar aquí mi agradecimiento por una aportación que ha descrito al detalle esa actividad en todos sus aspectos y la ha reivindicado como forma única de relación entre el ser humano, el medio geográfico y los animales.
Como soriano, hace muchos años, en el otoño, veía pasar los rebaños bajando hasta la antigua estación de El Cañuelo para tomar el tren hasta el valle de la Alcudia, Extremadura u otros invernaderos. Todo el vecindario se paraba a contemplar algo que sentía familiar, pues todos teníamos algún antecesor relacionado con el pastoreo. (El perímetro amurallado de la Soria medieval tenía amplias zonas de pasto intramuros para casos de necesidad o peligro). Los pastores venían andando desde las Tierras Altas: las sierras de Urbión y de Oncala, hoy escasas de vegetación tras muchos siglos de pastoreo intensivo. Traían sus acémilas con las alforjas y los hatos (aperos, aunque a veces esta palabra designa al rebaño), sus perros (mastines y careas) y miles de merinas que podían venir acompañadas de algunas cabras y pollinos. Los pastores iban en sociedad, que es casi lo mismo que decir en mesta, es decir, unidos para el viaje y mezclados sus rebaños de reses marcadas.
Creo que en esos artículos se ha descrito con propiedad y buenas dosis de simpatía y respeto esta actividad secular, que viene languideciendo desde hace décadas. Para los sorianos esta evocación tiene su fuerza, pues trae a la mente épocas de esplendor, cuando Soria era la cabeza o capital de las "estremaduras" o tierras de pastos, como reza su escudo: "Soria pura cabeza de Estremadura". Pues la mesta soriana era considerada la más antigua e importante, junto a las de León, Segovia y Cuenca. (Con esta interpretación dejamos de lado la que asimila Extremadura o Estremadura a "extremo del Duero", para admitir la que vincula a las tierras altas de Soria con los valles y dehesas de Extremadura, extendidas a una altitud casi mil metros inferior a la de las Sierras norteñas y con pastos verdes todo el invierno. Aunque no tendrían por qué ser incompatible una etimología y otra).
Entre unos extremos y otros, pastores y merinas recorrían a pie durante varias semanas (antes de que se usara el tren) cañadas, veredas, cordeles y coladas, unas vías pecuarias a las que algunos dan más de 120.000 kilómetros de longitud total en toda España. Y en el camino disponían de descansaderos, abrevaderos y zonas de pasto para el ganado, así como chozos, tombos o ventas para los pastores, que iban allí a cenar y a dormir después de haber montado el redil para proteger al rebaño durante la noche. Sin olvidar lo más importante: los esquiladeros en sitios como Villacastín (Segovia), donde se pagaban los derechos reales y se pelaba a las ovejas incluso en domingo (por eso se tenía que decir misa dentro de ellos). Eso era a la vuelta.
Casi todos esos caminos han ido perdiéndose por falta de uso, sin que las administraciones, principalmente los ayuntamientos, hayan hecho demasiado por defenderlos, siendo, como son, terrenos de uso y dominio público y patrimonio cultural apreciable. Como ha mostrado Santiago Bayón.