OPINIóN
Actualizado 19/04/2018
Ignacio Martín

Ve con Dios, Pilar. Hasta siempre, Sera.

Otro fin de semana de esos que te parten en dos: acaba de fallecer Pilar, la madre de mi esposa.

Pilar Fernández Sánchez, una mujer de Navahermosa, Ávila, una buena persona, a la que el Alzheimer no le impidió esperar a que llegara su hija, "la de México", para despedirse de las cuatro hermanas juntas.

Por si fuera poco, a punto de mandar este artículo, me entero de otra partida, la de mi tía Sera, la primera poeta que conocí, de niño; salmantina francesa, siempre alegre.

Yo estoy aquí, parado en una piedra y recordando a César Vallejo.

Los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;

o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

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