OPINIóN
Actualizado 18/04/2018
Juanjo Mena

"Nadie se considera obligado en Sevilla a creer lo que dicen, y si escucha con interés es solo atendiendo a la gracia del que habla. Tampoco pretende nadie ser creído, sino solo escuchado." (Ramón Sender)

AL HILO DE LAS TABLAS

SENTIR SEVILLA- SU- PRIMAVERA Y SU FERIA-

LLEGÓ la primavera con sus galas y perfumes, y el cielo es más diáfano, y el alma parece flotar en su eterno azul, saturándose con las esperanzas de una vida nueva y de una tranquilidad propia del paraíso. Alégrense las serranías y sobre el vivo azul del horizonte o sobré las dilatadas llanuras esmaltadas por las adelfas, destacase los cortijos con sus blancas paredes y sus marcos de árboles o de flores, la tierra de color de sangre se tiende en derredor, cruzada por los caminos orillados de verdes chumberas, y a un lado y otro aparecen pueblos alegres, montes azulados que parecen nubes, y ríos que arrastran su corriente silenciosa entre aquella vegetación lozana, lamiendo sin rumor los vergeles que le festonean y aún más allá, hacia Oriente, descocada y graciosa sin brumas que la velen ni cordilleras que la guarden, se ostenta la perla del Guadalquivir, la patria de la imaginación, del arte y del amor. Sevilla, en fin. Hurí en todas las religiones, por ella se convierten en mahometanos los ingleses, y abandonan sus lagos tranquilos, y sus parques y sus palacios, ansiosos de reposar un día en el regazo de la ciudad moruna. Quizá creen que bajo sus pórticos árabes o circulando por sus calles estrechas han de ver aún al islamita silencioso como un fantasma, la faz cobriza hacia el suelo, el rosario de cuentas de sándalo en la mano y el ancho alquicel cayendo en anchos pliegues por la espalda; quizá necesitan para regocijo de su imaginación que sustituya al eco de la chillona cornamusa de sus montañas, el guitarreo melancólico o el son alegre de los polos y el vito, quizá también buscan en contraste de la rígida hermosura de sus mujeres, en la gracia de la mujer andaluza que vale más que todas las hermosuras del mundo, y olvidar sus macizas fábricas, admirando las caladas y aéreas agujas de la fastuosa catedral que hizo exclamar al duque de Rivas:

¡Ay! ¡Bendito sea aquel país en que Dios ha concentrado todo lo alegre para regocijo del mundo! ¡Quién no ha paseado por la calle de las Sierpes desde San Fernando hasta la Campana!, ¡quién no ha disfrutado el ambiente de las freidurías ni ha pagado manzanilla en el Bunero, ni ha hecho bailar a una mujer, sobre la mesa de un colmado, ni ha tomado aceitunitas aliñadas y alcaparrones, en la avenida de la alegría!; ¡quien en tiempo de feria no ha ido por la mañana al paseo de las delicias á embriagarse con el olor del azahar o a comerse con los ojos a las hermosísimas amazonas y juncales caballeros que van luciendo su airosas chaquetillas y sus sombreros cordobés, y su elegancia sobre sus magníficos potros!.

¡¡¡Quien no se ha deleitado viendo bailar sevillanas en las artísticas barracas de la feria, ¡quién no ha visto aquel mercado de Caballos, aquel prado de San Sebastián cubierto de arcos de follaje, de bombas y de gallardetes, quien no ha visto desde allí la ciudad morisca con su Giralda a la izquierda y a la derecha su Torre del Oro y su río, al pie, y en el mismo, barcos y yates de todos los países del mundo, quien no se ha sentido envuelto en aquella oleada de hermosura y riqueza, juventud y gloria, que baja a la feria, desde la Macarena a Triana!; ¡quién no ha presenciado la Maestranza, ni se ha sentido oprimido por la aglomeración de gente al entrar en la plaza, ni asistió a una primera corrida en que los tendidos parecen jardines con figuras, de bronce y alabastro, ni vio a un toro cárdeno de Saltillo o Miura escarbar la rojiza arena del redondel, ni el cite emocionante donde se oyen los pulsos de un torero de tronío, ni entró en la taberna de los caracoles, mansión favorita de Currito, ni resistió los grupos alegres de cigarreras al salir de la fábrica, ostentando sus manos menuditas, su rostro trigueño, su blanquísima dentadura, sus ojos negros, sus faldas de colores, sus pañuelos de crespón, sus flores en la cabeza y aquel aire procaz y aquel mirar altanero que trastorna.!!! ¡Quien a la hora en que despierta el día, no bogó, río abajo, deleitándose en la contemplación de tantos y tan pintorescos pueblos como Alfarache, Coria y Lebrija,! ¡quien no vio todo esto, no está del todo completo!. ¡A Sevilla lectores; los trenes repletos de gente correrán en breve llevando admiradores de la Semana Santa y devotos juerguistas de feria. A Sevilla, pues, porque allí, si no se está precisamente en el cielo, se puede encontrar uno muy cerquita de él. Tanto como de soneto del poeta sevillano Juan Sierra.

Fermín González salamancartvaldia.es blog taurinerias

«Mística de naranja su verbena

colgada en un desmayo de cintura,

se repliega tu blanca arquitectura,

traspasada del mástil y la pena,

en la mañana donde abril resuena

su vara de clavel hecha frescura,

el álgebra de sol, la sombra pura

que a la Giralda te incorpora plena.

Protegido en el oro de ancha torre,

¡qué azul de puerto junto a tu alma corre

recien nacido en nácares de frío!

¡Y qué verdor torero tu costado

si ondula su contorno soleado

en la viva parábola del río...!»

Juan Sierra

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