OPINIóN
Actualizado 16/04/2018
Rubén Martín Vaquero

El nacionalismo vasco no nació unido a la lengua, sino a la defensa de las tradiciones, costumbres y fueros. Después de la tercera guerra carlista, las provincias vascongadas perdieron sus fueros e instituciones, lo que unido a la fuerte industrialización, que demandaba numerosa mano de obra del resto de España, hizo que desde algunos círculos se contemplase la modernidad como una amenaza para sus tradiciones y costumbres ancestrales que llevaría inevitablemente a la pérdida del talismán de su identidad. Ellos no eran los otros. Con una fuerte implantación rural, este nacionalismo rupestre de naturaleza católica, étnico y racista, identificó con el mal, industrialización, capitalismo y centralismo y culpó a los inmigrantes de la decrepitud de la "raza vizcaína". A finales del siglo XIX el ideólogo del nacionalismo vasco, Sabino Arana Goiri, fundó el Bizkai-Buru-Batzar, antecedente del Partido Nacionalista Vasco. Desde sus orígenes se dividió entre los partidarios de una temeraria independencia y los que defendían la autonomía de Vascongadas dentro de España. Su ideología integrista, antiliberal y descarnadamente antiespañola se basaba en la idealización de las sociedades tradicionales vascas y se resumía en la plegaria; "Dios y leyes viejas" entroncando, de este modo, con el viejo carlismo y el Antiguo Régimen. Con escaso apoyo social debido a su radicalismo, a un tradicionalismo agrario obsoleto y a su tufo antiespañol, comenzó a extenderse en la sociedad vasca cuando moderó sus planteamientos y formó alianzas con otras fuerzas políticas.

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