OPINIóN
Actualizado 16/04/2018
María Jesús Sánchez Oliva

Las armas siempre han sido el más nefasto de los inventos al no tener otra finalidad que la de atentar contra el don más preciado: la vida de seres vivos. A lo largo de la historia los tipos de armas se han multiplicado, perfeccionado y centrado en matar seres humanos cada vez en mayor número, en menos tiempo y con menos esfuerzo. Terminar con la vida de las personas es un negocio tan rentable y tan lucrativo que estimular la violencia en los seres perversos es prioritario para que la industria de la producción de armas no decaiga, y mientras que las industrias que sirven para mejorar la vida de los seres humanos van en declive, esta prospera sin trabas que la pongan en riesgo.

Los gobiernos, involucrados de una forma o de otra, han cerrado siempre los ojos ante este creciente problema, cuidando, eso sí, de que nunca sean ellos los perjudicados.

Podemos saber el número de gobernantes que han muerto de forma violenta, pero el número de civiles, de ciudadanos de a pie, de hombres, mujeres y niños inocentes es tan elevado que se ha perdido la cuenta, lo que verifica que el negocio de las armas es un negocio estudiado al detalle, bien dirigido y mejor controlado.

Los factores más importantes para el uso masivo de armas son el terrorismo, las mafias, el narcotráfico (este causando verdaderas guerrillas entre grupos rivales o en contra del ejército que los combate) y el más antiguo de todos: las guerras.

Es hora de que la población civil eleve una enérgica protesta para que gobiernos, autoridades corruptas, industriales y comerciantes terminen con la producción masiva, venta indiscriminada y tráfico de armas.

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