OPINIóN
Actualizado 13/04/2018
Juan Robles

Ojalá los huevos de pascua puedan convertirse en signo de comprensión y de unidad entre las tierras catalanas y las del resto de España

La Pascua es la fiesta máxima de los cristianos. Y es bueno celebrarla con solemnidad, no sólo en la Vigilia pascual del Sábado Santo en la noche a la espera de la alegre y feliz llegada de la mañana de la Resurrección, sino también con la procesión del Encuentro del Domingo de Pascua y otras manifestaciones particulares de fiesta grupal o comunitaria.

En torno a la fiesta de Pascua, en nuestra tierra existe la manifestación gastronómica de comer familiarmente o con el grupo de amigos el riquísimo producto salmantino del hornazo, que tradicionalmente ha venido llamándose de pascua, pero que ahora se puede comer y compartir a lo largo de todo el año.

El hornazo es una especie de empanada grande, que guarda en su vientre riquísimos pedazos de chorizo, lomo, jamón y otras especialidades, coronándolo a veces con un huevo duro sin pelar que se coloca en la parte superior central de la propia empanada.

Quizá el huevo que la corona haga referencia a esa otra práctica de los huevos de pascua, que es propia de la región de Cataluña, pero que hoy está ya extendida por cualquier lugar de nuestra España. Ojalá los huevos de pascua puedan convertirse en signo de comprensión y de unidad entre las tierras catalanas y las del resto de la España común.

En Salamanca, además, la celebración con hornazo pascual tiene lugar, no propiamente en el día de Pascua o en el lunes de la misma semana de pascua, como ocurre en muchos de nuestros pueblos, sino que es una práctica de la tarde del segundo lunes de pascua o lunes inmediatamente posterior al segundo domingo de pascua o domingo "in albis".

A este lunes salmantino se le llama el lunes de aguas, que responde a una tradición bien conocida entre nosotros, que conmemora aquel rito postpascual en el que se trasladaban de nuevo las mujeres públicas de los lugares situados más allá del río Tormes a los lugares habituales de la ciudad, donde permanecían todo el año a disposición de estudiantes, profesores y otros señores, pero que eran retiradas y llevadas al trastormes durante el periodo penitencial de la cuaresma, hasta el segundo domingo de pascua.

Lunes, pues, del paso de las aguas, que se celebra festivamente comiendo el típico hornazo y aportando otros adminículos festivos, y que se vive en familia, especialmente en el campo, generalmente ya de primavera, aunque este año haya estado empapado de aguas también por los caminos y calles de la ciudad y alrededores por la abundante lluvia que nos ha acompañado.

Esta vez, además, la fiesta se ha encontrado enriquecida por el acompañamiento de cerca de dos mil valencianos, que nos han aportado y han compartido con nosotros sus particulares fiestas falleras, adornados con los típicos vestidos de las tierras valencianas. Mientras las lluvias lo permitieron, las pequeñas falleras proclamaron el pregón de fiestas desde el balcón del Ayuntamiento, y recorrieron nuestras calles los tradicionales grupos de moros y cristianos. Terminaron con la cremá de una falla infantil y la llamativa traca correspondiente.

Que sigan las fiestas de Pascua. Que se celebre alegremente la primavera, que ya llega. Que aprovechemos las oportunidades que nos permitan encontrarnos con familiares, amigos y vecinos, y llenar de esperanza nuestra ajetreada vida, volviendo recargados de fuerzas e ilusiones al trabajo ordinario de cada día. Las fiestas bien celebradas, interrumpen temporalmente nuestras tareas, y nos devuelven renovados a los trabajos ordinarios, que continuamos con mayores gozos y alegrías. De nuevo, ¡feliz Pascua!

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